La semana pasada me tocó asistir al seminario de Anda en el cual se habló crudamente de lo que está pasando en Chile en materia de medios de comunicación, adultos mayores, educación, consumidores y suma y sigue. Interesante escuchar cifras, eslóganes, reflexiones, anécdotas y realidades sobre nuestra diversa realidad ciudadana. Especialmente interesante oír – de un personaje como Mario Waissbluth, presidente del directorio de la Fundación 2020, que se ha levantado como una figura de nuestra educación – algunas verdades al respecto.
“La verdad nos hará libres”, afirmó parafraseando las palabras del Evangelio, aunque él mismo confesó, ante una masiva concurrencia que ocupaba el salón principal de Casa Piedra, que no es cristiano. Lanzó dramáticas cifras que daban cuenta de lo que ocurre (y no ocurre) en las salas de clases a lo largo y ancho de Chile. Es más: contó que andaba de mal humor, pues esa misma mañana había conocido los resultados del último Simce. “Sumando y restando, en estos 10 años los puntajes del Simce – con todo lo que se ha hablado y toda la plata que se ha puesto en Educación – han mejorado sólo 2 puntos. El informe internacional Program for International Student Assesment (Pisa) arroja que en el período 2006 – 2012 hemos quedado estancados. Es tal la desigualdad, que estamos convertidos en una “Sudáfrica educativa”. La educación chilena (con el permiso de las damas presentes, agregó el conferencista) es una m…” Y lo dicen los datos, no la ideología”.
Hasta ahí Mario Waissbluth. Que sabe de Educación, que maneja herramientas comunicacionales para sorprender a sus audiencias, que se la ha jugado con ingenio y fuerza para levantar temas duros como este, a nadie le cabe duda.
Pero no es menos cierto que la educación es más, mucho más que cifras, frases y diagnósticos lapidarios. La educación – sabemos que no anda bien en Chile y ello no está en discusión – es también confianza, afecto, solidaridad, esfuerzo, reciprocidad y admiración.
¿Cuántos de nuestros profesores se la juegan día a día por enseñarle a un niño a leer, o por alentar a una niña a confiar en sí misma, o por provocar asombro en un adolescente? ¿Cuántos alumnos llegan a la escuela – en muchos casos su segundo hogar – soñando con “aprender a aprender” y se van en la tarde con la alegría de haber ensanchado en algo sus horizontes? ¿Cuántos directores no se esmeran en cuerpo y alma en mejorar la convivencia escolar para así formar seres humanos más íntegros? Cuidado con la desesperanza extrema, que puede terminar socavando todo lo bueno que pasa en las escuelas de Chile. Que es mucho.