Por: Madeleine Osterling
Expreso, 26 de agosto de 2020
Las actuales circunstancias nacionales generan inevitablemente desconcierto y temor. El desánimo y la crispación por la pandemia se perciben en la calle, una pesadilla persistente, como una mala nube. La gente se siente indefensa y desconfía del Gobierno porque siguen repitiendo las malas prácticas. Vizcarra toma el micrófono para decir NADA.
No hay enmienda ni reconocimiento del error. No es que el “Plan” sea confuso y que se necesiten millones invertidos en los suplicantes y asfixiados medios de comunicación para propalarlo, el tema es que no hay ninguna estrategia, simplemente esperar la incierta vacuna y resistir: seguir dando la pelea en la que el gobierno no acompaña.
Me preocupa que los medios se conviertan, nuevamente, en grandes difusores de mentiras, aprovechándose de la resignación y conformismo que genera el miedo. La arbitraria prohibición de salir los domingos es una orden desquiciada y absurda, sin ningún soporte estadístico, sin embargo hay un ingente de masas necias que aplaude, pues considera que se está tutelando su “derecho a la salud”. Es nuestra democracia en modo despotismo suavizado, como la llamaría Tocqueville.
Los ministros de Energía y Minas en el Perú se han vuelto demasiado políticamente correctos. Tía María es el ejemplo emblemático del supuesto problema que no quiere enfrentarse. Todos esquivan la respuesta pero no tienen ningún empacho en declarar, con palabras suaves y escogidas para que no suene a afrenta, que las empresas extractivas tienen la obligación de reemplazar al Estado ausente. Sin ningún pudor, le trasladan la responsabilidad a los privados. Hay que tener muy poca vergüenza para sostener que las empresas mineras, condenadas a una carga fiscal del 47% de sus utilidades, tienen además, la obligación de cerrar las brechas de infraestructura de su entorno.
En entrevista del pasado domingo en diario Correo, Juan Manuel Inchaustegui sostiene “(…) Es difícil para el Estado estar en todo el país, porque mientras no se cierren brechas se generarán conflictos; (…) el Estado hará todos sus esfuerzos para estar allí, pero no podrá resolverlo solo. Hay la idea de que si yo transfiero dinero a las regiones se resuelven las necesidades y, lamentablemente, el tema no es el dinero sino como hacer que los recursos que generan los minerales se transformen en desarrollo (…)”.
El ministro reconoce la profunda incompetencia del Estado y de los GORE para poner en valor el dinero que reciben del canon, pero omite lo esencial. Si se quiere lograr una mayor participación de la empresa privada por las especiales circunstancias del país, es necesario reestructurar todo el sistema impositivo que las afecta y desangra. En el Perú tributan más que en Australia, Chile o Canadá, sin embargo, las ONG antimineras lo destruirían si osaran sugerirlo y asumo que no quieren pisar campo minado.
Es el país que tenemos, pero no debemos conformarnos. Ortega y Gasset ya lo señaló en “La rebelión de las masas”: “La primera condición para una mejoría de una situación concreta grave es hacerse cargo de su enorme dificultad. Solo eso nos llevará a atacar el mal en los estratos hondos donde verdaderamente se origina”.