Por Álvaro Monge Zegarra
(Gestión, 07 de octubre de 2015)
A diferencia de la pobreza, que mide la proporción de personas que no acceden a un determinado estándar de vida considerado aceptable; el concepto de vulnerabilidad se asocia más con la incertidumbre de poder sostener un determinado nivel de vida mínimo adecuado. Ambos conceptos están íntimamente vinculados, pero denotan contrastes que son cruciales en la formulación de políticas públicas. Así, los hogares vulnerables son los pobres y todos aquellos que no siéndolo presentan un riesgo relativamente elevado de caer en dicha situación.
Si por un momento admitimos la dimensión monetaria del bienestar como una buena aproximación al nivel de la vida de las personas, surgen varios conceptos relacionados para definir la vulnerabilidad: nivel de ingresos (o gastos), variabilidad de los mismos, exposición a shocks (generales o idiosincráticos) y capacidad de respuesta. Nótese que solo el primer concepto es el que se relaciona con la situación actual de pobreza, el resto más bien con la todavía incierta situación futura de las familias.
En la coyuntura actual, es importante pensar en estos términos dado que no es un misterio que la economía peruana está atravesando un momento crítico de desaceleración económica y, eventualmente, un shock climático severo como el fenómeno de El Niño. Asimismo, de acuerdo con las últimas estimaciones que hemos realizado, si bien entre el 2007 y el 2014 la tasa de pobreza en el Perú ha caído de 42% hasta 23%, el riesgo relativo de retorno a la pobreza se ha mantenido alrededor del 36% en ese mismo periodo, con una ligera alza el último año de estimación: 2014. Para encontrar ese indicador lo que hemos medido es la proporción de hogares que superaron la pobreza el año anterior y que han caído nuevamente en situación de pobreza al año siguiente. Este indicador guarda relación con otro hallazgo interesante: en los últimos cuatro años casi un tercio de la población ha experimentado, al menos, un episodio de pobreza.
Al respecto, preocupan dos cosas. Primero, al parecer, la reducción de la pobreza no necesariamente ha venido de la mano con una reducción de la vulnerabilidad. Esto es posible si es que el crecimiento económico de los últimos años ha logrado aumentar la media de ingresos, pero ha sido menos efectivo en promover una reducción de la variabilidad. Esta pareciera ser una hipótesis razonable tomando en cuenta que a nivel urbano los niveles de informalidad laboral (y eventualidad de los ingresos) todavía son altos (o se han reducido muy poco) y a nivel rural el acceso de forma continua a mercados intermedios todavía es limitado.
Segundo, en las condiciones actuales, un shock climático de naturaleza general puede tener consecuencias graves en el empobrecimiento de importantes segmentos de la población si es que no existen las medidas adecuadas de prevención y recuperación. Ambas preocupaciones pueden resolverse con políticas públicas (capacidad productiva, promoción de corredores locales, capital humano, infraestructura básica) articuladas con esquemas de prevención y superación de riesgos (de naturaleza diversa), cuya finalidad estratégica vaya un paso más allá de la superación de la pobreza y se centre en la reducción de la vulnerabilidad.