Por: Álvaro Monge Zegarra, Socio de Macroconsult
Gestión, 3 de junio 7 de 2020
Esta semana, con el levantamiento de la cuarentena, posiblemente hayamos entrado a la etapa final del choque de oferta que afecta a la economía peruana desde marzo y que tuvo su momento más duro en abril con la caída de casi 41% en la actividad económica en un solo mes. No obstante, como es de esperar la pérdida de ingresos y empleo de las familias ocurrida en el camino configurará un choque de demanda con efectos posiblemente menos profundos, pero seguramente más duraderos condicionando la capacidad de recuperación plena de nuestro nivel de producción.
En Macroconsult estimamos que producto de ambos factores, el PBI de este año se contraería alrededor del 14% y deberíamos esperar más de dos años para recuperar nuestro nivel de actividad pre-crisis. Asociada a esta contracción, el consumo de los hogares se reduciría en poco más del 7% en un escenario en el cual los casi 2.5 millones de empleos formales perdidos durante la cuarentena (solo en la capital) se recuperarán en el año, pero mayoritariamente en el sector informal. Es decir, en los siguientes meses podríamos observar tasas de informalidad en promedio más elevadas, con empleos peor remunerados y menor estabilidad en los ingresos de las familias.
Sin embargo, la caída de consumo no sería homogénea. Es más razonable pensar que esta tendrá una forma de U imperfecta: más baja en los extremos de la distribución (los más ricos y los más pobres) y más alta en el segmento medio. Es decir, en aquel grupo poblacional que habita en zonas urbanas (o urbano marginales), de relativamente baja productividad, con escasa capacidad de ahorro, ingresos escasamente diversificados (o cuya capacidad de gasto depende en mayor medida de su empleo) y donde la cobertura de programas de apoyo tendería a ser menor. En otras palabras, se estaría replicando los resultados mostrados por Bilal Habib y sus colegas del Banco Mundial que en el año 2010 estudiaron los efectos distributivos de la última crisis global (2009) en países en desarrollo.
Nuestras simulaciones siguen más o menos dicho patrón. Entre 2019 y 2020 mientras que el gasto en el segmento medio de la distribución se contrae en casi 10% en términos nominales, en los segmentos más pobres y más ricos en algo más parecido al 5% y 8%, respectivamente; pudiendo ser esta última cifra algo menor si es que la base de datos usada para las estimaciones (ENAHO) tuviera mejor capacidad para identificar al segmento de mayores ingresos de la población. Con ello, y a pesar de las limitaciones metodológicas que enfrentamos, es posible afirmar que estamos frente a un proceso de empobrecimiento de la clase media.
Usando una definición de seguridad económica similar a la del Banco Mundial, este segmento que al año 2019 representaba poco más del 47% de la población se reduciría en el año 2020 a casi 40%. El destino de estas personas sería o bien la pobreza (que aumentaría de 20% a 27% entre 2019 y 2020) o bien el sector no pobre, pero vulnerable (que aumentaría de 27% a 29% en el mismo periodo).
Finalmente, si bien en el corto plazo descartamos un aumento importante de la desigualdad, esta sí podría incrementarse de manera significativa en el largo plazo, en la medida que el crecimiento de la pobreza monetaria erosione la formación de capital humano en la niñez y adolescencia y la inserción laboral de los jóvenes de los estratos menos favorecidos. Una inversión privada más lenta, el escaso espacio fiscal para financiar redes de protección social o expandir bienes públicos y programas sociales adaptándose de manera imperfecta a la nueva realidad podrían ser las razones que hagan este escenario factible.