Por: Álvaro Monge Zegarra, Macroconsult
Gestión, 13 de Julio del 2022
«El acceso a agua potable de manera continua por parte de las familias tampoco está creciendo en el último año»
En mayo, el INEI publicó la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes) del año 2021. A partir de esta encuesta es que se miden los principales indicadores de salud materna y desarrollo infantil temprano, que a pesar de recibir menor atención mediática que las cifras de pobreza monetaria, son indicadores fundamentales para monitorear el progreso del bienestar de las familias.
La información es abundante, pero es usualmente útil centrar la atención en los resultados de desnutrición infantil y anemia como indicadores estructurales de progreso de una nación. Con ello en mente, son dos las reflexiones más importantes que a mi juicio se pueden extraer de la información presentada.
Primero, llama la atención las diferencias en las tendencias descritas por ambos indicadores. Por un lado, la tasa de desnutrición crónica (medida para niños menores de 5 años) muestra una consistente tendencia a la baja desde un 24% en 2000 hasta 12% en 2018, para luego estabilizarse en ese nivel en los siguientes 3 años (11.5% en 2021). Esta tendencia es replicada tanto en zonas rurales (donde la estabilización es al 24% aproximadamente) como en zonas urbanas (alrededor del 7%).
Diferente es el caso de la anemia (medida para niños entre 6 y 36 meses) que, por otro lado, se mantuvo relativamente estable (a niveles altos) hasta 2018 y ha empezado a descender a partir de ese año, sobre todo en áreas urbanas. No obstante, a diferencia de la desnutrición el nivel de 2021 (casi 40%) todavía es preocupante y un reto por superar para cualquier estrategia de largo plazo que se plantee.
Segundo, existe un serio riesgo para que estas tendencias no solo no mejoren en el mediano plazo, sino que podrían incluso deteriorarse, dado comportamiento esperado en algunos determinantes críticos. Por ejemplo, el empobrecimiento de las familias y la caída en el ingreso familiar per cápita real (sobre todo en zonas urbanas) tendrá efectos en seguridad alimentaria y si ello se sostiene (por ejemplo, por una economía en recesión o choques de precios que no se diluyen en el corto plazo) puede empezar a deteriorar los indicadores de anemia y desnutrición.
Asimismo, los servicios asociados a estos indicadores que, se vieron afectados seriamente por la pandemia, muestran una recuperación selectiva. Por un lado, si bien la cobertura de vacunación y suplementación de hierro ha recuperado sus niveles de 2019, este no es el caso de los controles de crecimiento. Asimismo, el acceso a agua potable de manera continua por parte de las familias tampoco está creciendo en el último año, lo cual tendería a afectar un conjunto de indicadores asociados a la salud infantil con potenciales consecuencias en anemia y desnutrición.