Por: Luis Carranza
Perú21, 28 de abril del 2024
“Gracias a la Constitución de 1993 logramos importantes crecimientos económicos y mejoras sociales sustanciales, pero hemos sido incapaces de sostener las cosas buenas y hemos caído en la trampa del populismo”.
La diosa griega de la prosperidad de las personas y de las sociedades es hija de Promatea (la previsión) y hermana de Peito (la persuasión) y de Eunomia (el buen gobierno).
Siguiendo esta figura de la mitología griega, podemos afirmar que las sociedades que llegan a la prosperidad son aquellas que logran consolidar en la mayoría de la población (la persuasión) una visión de largo plazo (la previsión) y que mantiene instituciones y valores que alinean el comportamiento de las personas (buen gobierno). Estas instituciones deben fomentar la colaboración cuando es necesario (pagar impuestos, defenderse de agresores) y fomentar la competencia cuando es bueno para la sociedad (que las empresas ofrezcan bienes y servicios a los menores precios posibles). Estas normas de buen gobierno deben, además, ser claras y respetadas por todos, los gobernados y los gobernantes (imperio de la ley) y deben tomar en cuenta las características innatas de los seres humanos, esto es, que respondemos a incentivos y que queremos estar en una sociedad justa.
Esta ruta no es única, porque las dinámicas sociales son complejas y no determinísticas. Tenemos los casos de fuertes liderazgos que impulsaron grandes cambios y las sociedades se acomodaron, como fue el caso del emperador Meiji, que en el s. XIX inicia un proceso de modernización y apertura de la sociedad japonesa. Otro caso de fuerte liderazgo es el de Lee Kuan Yew, que posiciona una visión de desarrollo para Singapur, que, aprovechando su condición geoestratégica, inicia su proceso de crecimiento sostenido. En 1960 Singapur y Perú tenían el mismo producto por habitante; hoy Singapur nos saca seis cuerpos de ventaja.
Otro ejemplo es el de Kemal Ataturk, que inició la modernización de la sociedad turca luego de la caída del Imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial, pero este proceso quedó truncó por su prematura muerte en 1938.
En otros casos, fueron las clases dirigentes de las sociedades que impulsaron las reformas políticas, como fue el caso de la Revolución Gloriosa en la Inglaterra del s. XVII, que consolida el poder del Parlamento, sacando del trono a Jacobo II, que intentaba restablecer el absolutismo monárquico. Ese mismo ejemplo inglés quisieron repetir los franceses, un siglo después, cuando Luis XVI convoca a los Estados Generales para subir los impuestos, pero líderes extremistas impulsaron una sangrienta revolución que les marcó otro derrotero.
Por otro lado, en EE.UU., durante el s. XIX, es la sociedad civil la que, cansada del clientelismo político y del abuso de las élites económicas, impulsa las reformas políticas y económicas creando instituciones y fortaleciendo la competencia de mercado para evitar los monopolios.
En Corea del Sur, es el resultado de la guerra de 1950-53 que lleva a que se modernice el país, con lo cual se logran importantes crecimientos, pero dentro de un mecanismo dictatorial. Tiempo después, son las clases medias que fuerzan una democratización de las instituciones políticas, pero sin afectar la eficiencia del Estado y la promoción de la inversión.
Pero este camino a la prosperidad está lleno de trampas y escollos. La misma dinámica puede llevar a determinados grupos de interés a tomar control de las instituciones. Luego, para mantenerse en el poder restringen las libertades individuales, “secuestran” a la clase empresarial e impulsan medidas populistas que terminan destruyendo la economía en el largo plazo. Venezuela en 1960 tenía un PBI per cápita más grande que buena parte de los países europeos, entre ellos Italia. Hoy en día, más del 70% de su población vive en condiciones de pobreza.
Argentina es otro caso interesante. Llegó a convertirse en uno de los países más ricos del mundo gracias a la atracción de capital humano y promoción de inversiones consagradas en la Constitución liberal de Alberdi en 1853. Pero esa dinámica económica impulsó cambios sociales que tuvieron como resultado político la elección de la UCR en 1928. Esto reflejaba las aspiraciones de los trabajadores y clases medias a mejores condiciones de vida. Sin embargo, el temor de las élites económicas llevó a un golpe de Estado en 1930 y, a partir de allí, en la siguiente década, se instaló el gobierno de Perón, con un populismo desbocado que destruyó el potencial de crecimiento del país.
¿Y nosotros? Gracias a la Constitución de 1993 logramos importantes crecimientos económicos y mejoras sociales sustanciales, pero hemos sido incapaces de sostener las cosas buenas y hemos caído en la trampa del populismo. Nos hemos cortado las piernas con la agroexportación, que debería ser una de las columnas de nuestro crecimiento; estamos cargándonos el sistema de pensiones; seguimos sin aprovechar al máximo la minería y estamos viendo cómo nuestras instituciones políticas se deterioran ostensiblemente.
¿Seremos como los suecos, que lograron acuerdos políticos para salir de la Gran Depresión en los 30 o dejaremos que —usando a los personajes de Basadre— los incendiados y los podridos se roben el país de nuestros hijos?