(El Comercio, 07 de julio de 2015)
El caso griego muestra la incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones.
Según la mitología griega, Tea, una de las titanes, era la madre de Selene, la diosa de la Luna. Por ello, se bautizó con ese nombre al planeta que hace 4.500 millones de años chocó con la Tierra, lo que produjo la formación de nuestro satélite. La colisión ocurrió una vez que Tea adquirió suficiente masa, salió de su órbita y entró en una trayectoria inestable. Esto es exactamente lo que ha sucedido en Grecia. Una acumulación de deuda que hace inviable el actual sistema económico griego.
El proceso de ajuste ya empezó hace algunos años, pero era claramente insuficiente, no porque los recortes fueran pocos, sino porque el tamaño de la deuda es impagable, lo cual requiere de una disminución del compromiso, pero también requiere de reformas estructurales profundas que generen aumentos en el crecimiento potencial de la economía griega y que los sucesivos gobiernos se han negado a implementar.
El resultado del referéndum marca el inicio de la aceleración en el proceso de colapso total de la economía griega, el cual implicará una salida desordenada del euro y la quiebra del sistema bancario doméstico. La grave recesión que seguirá será el resultado de las malas decisiones que tomaron los líderes políticos. Ante este lúgubre escenario, es bueno sacar conclusiones.
Primera, el crecimiento sostenible se da por aumento de la productividad y por la inversión privada. No por gasto público. En Grecia, los incrementos salariales y desproporcionados beneficios sociales, que impulsó el aumento del PBI heleno temporal, no eran sostenibles porque no estaban alineados con la productividad, sino eran producto del crecimiento exponencial de la deuda.
Segunda, cuando la deuda no puede seguir creciendo, viene el proceso de ajuste, que puede tener diversas formas. La economía, de una manera o de otra, tiene que regresar a su tamaño natural, el cual depende de las condiciones reales y financieras del país. En este proceso de contracción del PBI, quienes más sufren son los pobres. Esto no es una decisión de política, tiene que ver con la propia dinámica de la economía. Cuando estamos en el ‘boom’, todo sube, salarios y ganancias. Los sueldos se transforman en consumo y las ganancias se vuelven activos. Cuando se avizoran los problemas, los activos se empiezan a transformar en activos financieros y salen del país. Cuando los problemas se manifiestan, el salario se desploma o el desempleo se dispara. Aquí las normas laborales se estrellan contra la dura realidad de las leyes económicas. Por otro lado, los activos financieros ya están a buen recaudo fuera del país, y poco importa que el flujo de las ganancias sea exiguo o nulo. Por eso, es importante la responsabilidad fiscal, porque implica proteger verdaderamente la capacidad de compra de los salarios y la estabilidad de los empleos.
Tercera, tal como lo demuestra la crisis griega, los mercados financieros se equivocan, pero tarde o temprano la corrección siempre ocurre con costos muy graves para el país. Para disminuir los riesgos de los excesos de sobreendeudamiento, se requiere en el lado privado tener una buena regulación y supervisión; mientras que en el lado público se necesitan compromisos fiscales serios incorporados en instituciones fiscales sólidas. La institucionalidad monetaria es fundamental, especialmente cuando se tiene moneda propia, pero no es suficiente.
Cuarta, para hacer reformas que permitan crecer al país o para realizar ajustes que restablezcan el equilibrio, el liderazgo político es fundamental. Grecia muestra incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones. Existe una disonancia cognitiva en los políticos que los hace evaluar incorrectamente las decisiones, aumentando desproporcionadamente los beneficios esperados e infravalorando los costos, especialmente los costos de oportunidad. Si bien en Grecia han existido graves errores, la decisión de convocar a referéndum fue el peor de todos. Esto atenta contra el propio sistema de democracia representativa, el cual existe tanto por razones epistemológicas como por eficiencia política.
Las leyes que gobiernan el funcionamiento de la economía no son tan precisas como las leyes de la física, pero son igual de inexorables. Hasta que los gobernantes no entiendan cómo funcionan estas normas condenarán a sus pueblos a la miseria y a la barbarie.