Luis Carranza, Ex ministro de Economía y Finanzas
El Comercio, 12 de abril de 2016
El resultado del 10 de abril debe ser correctamente interpretado por nuestras fuerzas políticas. Comentaremos las implicancias de este resultado para las tres fuerzas políticas con mayor votación, respetando estrictamente el orden.
Al momento de escribir este artículo, Fuerza Popular ha logrado cerca del 40% de los votos y muy probablemente tenga mayoría absoluta en el Congreso. En una hipotética victoria de Keiko Fujimori en segunda vuelta, su gobierno contará con el control del Ejecutivo y del Legislativo. Esto sería un mandato muy fuerte que recibe de parte de la población, pero no es un cheque en blanco por cinco años, tendrá fecha cercana de vencimiento y se tendrá que buscar la renovación continua de la legitimidad. Es un mandato para resolver problemas concretos de la población, entendiendo que Fuerza Popular es un partido democrático.
Pese a no requerirlo, en este hipotético gobierno, se deberán buscar consensos suficientemente amplios para no agitar el antifujimorismo y, tal como lo ha mencionado la propia lideresa, los puestos sensibles, cuanto más sean mejor, deberían ser ejercidos por la oposición.
Las reformas que se quieran pasar por el Congreso deberán ser no solamente consensuadas con la mayoría de fuerzas políticas, sino explicadas a la población y lograr una amplia legitimidad política. De lo contrario, se revertirán y muy probablemente la mayoría del Congreso no sirva de mucho si el gobierno se deslegitima rápidamente. La soberbia es mala consejera. Despacio se llegará lejos.
El otro candidato que pasaría a la segunda vuelta es Pedro Pablo Kuczynski (PPK). En un hipotético gobierno de PPK, tendría a la oposición manejando el Congreso. Pasar reformas estructurales sería más complicado en el lado formal, especialmente si en el corto plazo afectan intereses concretos de segmentos de la población o grupos de interés con capacidad de movilización social. Mal haría PPK en basar su estrategia de segunda vuelta en levantar el antifujimorismo, primero porque no lo necesita y después porque Fuerza Popular manejará el Congreso. El eje fundamental de la campaña de segunda vuelta debería ser sobre la visión de país que se quiere y no sobre divisiones. Solo los liderazgos totalitarios se levantan sobre las divisiones dentro de un país.
Pero existen dos temas adicionales en el caso de PPK. El primero es que se crea que una visión tecnocrática puede resolver los problemas del país. Se requiere primero de un liderazgo político para convencer al país de lo que se necesita, generando confianza y consensos. Luego de esto empieza el trabajo de los técnicos. Nuevamente, la soberbia es mala consejera.
El segundo problema es un tema fiscal. La reducción del IGV de 18% a 15% lleva a dejar de recaudar casi cerca de S/9.000 millones (cada punto es cercano a los 3.000 millones). Con tantas promesas hechas, tendrá un serio problema para financiar las demandas sociales que se están generando, quedando muchas dudas sobre el impacto final de esta reducción sobre la formalización de la economía y la mayor recaudación futura.
Finalmente, el mensaje para la izquierda debería ser muy claro. Verónika Mendoza no pasó a segunda vuelta por el temor de la gente. Este voto del miedo puso a PPK en segunda vuelta porque la gente no quiere perder lo que ha ganado. Hasta que la izquierda no reconozca que la pobreza ha bajado al 20%, que el PBI real se ha duplicado en poco más de una década y que en ese tiempo el empleo ha crecido en casi 60%, no podrá modernizar su discurso. Más aun cuando son muy rápidos para condenar la dictadura de Fujimori, pero no hacen lo mismo con la dictadura chavista de Venezuela, la castrista de Cuba y la dictadura militar de Juan Velasco en la década de 1970.
La izquierda no será gravitante en el Congreso, pero sí en las calles. Mantener posiciones radicales, sin querer entrar a un diálogo constructivo, ya sea para resolver problemas con grandes proyectos mineros o temas de salud pública o cualquier otra política pública, los aleja de convertirse en una opción real de gobierno y terminan dependiendo de la participación de personajes espontáneos en la elección de turno. La intolerancia es peor consejera que la soberbia.
Es época de reflexión para todos los líderes políticos. El próximo gobierno y los partidos que resulten en la oposición tendrán que esforzarse para alcanzar grandes consensos para definir la visión de largo plazo del país que queremos. Lampadia