En el debate económico actual existe una línea de argumentación que afirma que como el ciclo de precios altos de las materias primas ya terminó, la fase de altos crecimientos de la economía peruana ya acabó y debemos encontrar nuevos motores de crecimiento.
Respecto al primer punto, los ciclos de precios de materias primas son de muy largo plazo y están gobernados por las grandes transformaciones que han ocurrido y seguirán sucediendo en el mundo. Lo que hemos visto en años recientes es una convergencia a un nuevo nivel de equilibrio de los precios de materias primas, entre tres y cuatro veces los niveles de antes. Naturalmente los ciclos económicos de corto plazo no han desaparecido y tendremos fluctuaciones sobre ese nuevo nivel. Es decir, el ciclo de largo plazo no ha terminado, sino que ha acabado el proceso de convergencia y, por tanto, el fuerte crecimiento de los precios.
El segundo punto implica que nuestro crecimiento dependía del fuerte crecimiento de los precios y, en consecuencia, ahora ya no podremos crecer más. Así, esta desaceleración que vivimos es el heraldo negro del magro crecimiento secular que tenemos por delante. Aquí hay que analizar dos elementos por separado: la tasa de crecimiento y el impacto del contexto externo. Respecto al crecimiento, efectivamente la economía peruana del 2000 al 2013 ha tenido la tasa de crecimiento promedio más alta de todos los países latinoamericanos. Ahora, en relación con el aumento del precio de las materias primas, en el último reporte regional del FMI se presenta un índice compuesto de los precios de las materias primas por país. Mientras que Venezuela figura con el mayor índice de impulso externo, el Perú recién aparece en el octavo puesto, solo ligeramente por encima de Brasil.
Si se hace una regla de tres, uno podría pensar que la economía que más creció será una de las más perjudicadas si los precios de las materias primas dejan de crecer o si caen. ¡Pero ese razonamiento implica que no hay otros factores! En realidad, a pesar de no ser de los países que más se beneficiaron del impulso de las materias primas, las reformas estructurales, la solidez fiscal y la competitividad de la economía peruana nos permitió liderar el crecimiento.
El aumento del precio de las materias primas impacta a través de un canal público y de un canal privado. El canal público depende de cuánto de lo que ingresa al país por los mayores precios es inyectado como mayor gasto público. En el 2000, Argentina y Venezuela tenían un gasto público como porcentaje del PBI muy similar, en torno a 28%. Para el 2013, en Argentina el gasto público ya estaba en 46% y en Venezuela en 38%. Este tipo de país, como Venezuela o Argentina, está condenado al estancamiento productivo.
En el Perú, se hizo un esfuerzo por mantener el gasto público como porcentaje del PBI, pero con mayor énfasis en infraestructura. Lo que sí se redujo significativamente fue la deuda pública como porcentaje del PBI, y hoy tenemos una de las cuentas fiscales más sólidas del mundo, con una deuda neta en torno al 5% del PBI. En el caso peruano el canal privado fue mucho más importante.
El canal privado se refiere a cuánto de esos mayores precios se traduce en mayores inversiones mineras y, por tanto, en mayores empleos directos e indirectos y en mayor demanda derivada local. En la medida que la tasa de rentabilidad sea atractiva, este canal privado debería seguir funcionando. Las condiciones de precios altos y la ley del mineral y la energía relativamente barata aseguran condiciones de producción muy favorables. El tema tiene que ver con la incertidumbre regulatoria, los excesos tributarios y cuasi tributarios y la conflictividad social. Una agenda gubernamental bien encaminada, tanto para resolver los cuellos de botellas sectoriales como para facilitar la formación de un clúster minero permitiría no solo mantener sino potenciar el canal privado. Recordemos que en Chile el desarrollo del clúster de Antofagasta, en medio de grandes inversiones mineras, se dio en la década de 1990, cuando el precio del cobre estaba a la tercera parte de lo que está ahora.
No creamos que el gasto público o la política monetaria expansiva nos devolverán a la tasa de 6% (meta ya de por sí mediocre). Eso solo funciona en el corto plazo, así que trabajemos en serio en fortalecer las instituciones (especialmente las que protegen los derechos de propiedad), mejoremos las condiciones de inversión para todos y flexibilicemos el mercado laboral. No sigamos perdiendo tiempo.