Luis Carranza, Ex ministro de Economía y Finanzas
El Comercio, 11 de octubre de 2016
Muchas veces nuestro cerebro sobreestima el impacto de los fenómenos abruptos y subestima el impacto de los fenómenos que son persistentes en el tiempo. Así, nos hemos dejado deslumbrar por la gran volatilidad que mostraron los precios de las materias primas en la última década y le asignamos toda la responsabilidad de nuestro crecimiento, tanto en la aceleración como en la desaceleración, a esta variable. Sin embargo, si queremos realmente entender cuáles son los fundamentos del crecimiento de la economía peruana, es necesario hacer un esfuerzo analítico en tres dimensiones.
En primer lugar, comparar el desempeño de la economía peruana en relación a otros países tomando en cuenta el fuerte impulso de los precios de las materias primas relativo a cada país. En segundo lugar, mirando ya al interior de nuestra economía, el esfuerzo del gobierno en facilitar la inversión privada y fomentar la mejora en la productividad del país y, en tercer lugar, un análisis del desempeño sectorial.
Los dos primeros temas –las diferencias entre países de la región, así como las deficiencias en la gestión pública de la última administración– los hemos analizado en extenso en anteriores columnas. Es por ello que en esta oportunidad nos enfocaremos en analizar lo que ocurrió a nivel sectorial, especialmente trataremos la agricultura.
En primer lugar, lo más notorio es que la población económicamente activa en el sector primario de agricultura, silvicultura y pesca ha caído significativamente de 33% en el 2004 a 25% en el 2015. Esta reducción contrasta con el aumento de la productividad laboral en el sector. Así, hemos pasado de una productividad en el 2004 de S/4.226 por trabajador, en valores constantes, a una de S/6.622 en el 2014, un crecimiento cercano al 60%. En términos relativos, la productividad laboral de la minería era 79 veces más que la productividad laboral de la agricultura en el 2004; mientras que en el 2014 el múltiplo se redujo a 43 veces.
Es decir, estamos observando dos cambios estructurales mayores en nuestra economía y parece que no nos estamos dando cuenta de ello. Por un lado, en términos relativos el empleo ha crecido más en otros sectores con mayor productividad laboral. Este cambio estructural ha estado presente en las grandes transformaciones económicas en la historia de la humanidad: en la Inglaterra prerrevolución industrial, durante el período de restauración Meiji en Japón, en la Corea del Sur de la posguerra y en la reconstrucción de Europa en la década de 1950 y 1960.
La segunda gran transformación ocurre al interior del sector, pasando gente del sector tradicional e informal al sector moderno y formal. Eso es lo que explica el fuerte aumento de la productividad laboral. Así, en términos de empleo, este sector moderno generaba 433.000 empleos en el 2004 y en el 2014 se empleaba a 897.000 personas. Este crecimiento se da junto a un fuerte aumento salarial, que se ha incrementado en un promedio de 6,8% por año. En términos de exportaciones agrícolas no tradicionales, hemos pasado de US$1.000 millones en el 2004 a US$4.300 millones en el 2015 y aumentando significativamente la diversificación de destinos y de productos. Así, en el 2004 exportábamos más de US$50 millones anuales solamente en espárragos y pimientos y hoy tenemos al menos 12 productos que sobrepasan ese umbral.
Pero lo más interesante, más allá de las cifras, son las implicancias para la formación de un gran mercado interno y una mejora en la calidad de vida de la gente. Si se incorporasen en los siguientes años 250.000 hectáreas, podríamos generar –entre puestos directos e indirectos– cerca de 2,5 millones de nuevos puestos de trabajo.
Esta visión de largo plazo debería dirigir los esfuerzos de implementar políticas públicas y planes de inversión que faciliten la inversión privada y acorten los plazos para lograr la ampliación agrícola. No hay nada más potente para reducir la informalidad y potenciar el consumo interno.