Luis Carranza, Ex ministro de Economía y Finanzas
El Comercio, 15 de marzo de 2016
Imagínese el siguiente juego: usted es uno de 100 jugadores que recibe 10 soles y debe decidir con cuánto se queda y cuánto pone en una olla común. Supongamos, además, que su acción no es observable por el resto de los participantes. El monto que se recaude en la olla común se duplicará y se repartirá equitativamente entre todos los jugadores.
Así, si todos deciden aportar sus 10 soles, se ahorraría 1.000 soles y tras duplicar esta cantidad cada jugador recibiría 20 soles. Es evidente que esta solución es el óptimo para la sociedad, pero la decisión de cuánto poner es una decisión individual y no observable por el resto del grupo.
¿Cuánto pondría usted, estimado lector, dentro de la olla común? Supongamos que usted tiene confianza y decide poner sus 10 soles, pero al final no le toca 20 soles como esperaba sino solamente 15 soles. Esto quiere decir que algunos jugadores decidieron poner menos de los 10 soles. Es más, seguramente alguno no puso nada y terminó con 25 soles (sus 10 soles originales más los 15 soles de reparto).
En un escenario como este, usted se sentirá traicionado y su confianza en el grupo desaparece. Después, si le piden participar de nuevo en este juego, lo más probable es que su contribución a la olla común sea un monto pequeño o nada.
En el agregado, efectivamente el incentivo a colaborar desaparece y el aporte en la olla común terminará siendo exiguo o nulo y al final usted se quedará con una cantidad muy similar a sus 10 soles porque nadie confía en el grupo y los arreglos institucionales no permiten generar los mecanismos para inducir a que las personas tengan un comportamiento cooperativo.
Eso es exactamente lo que le pasa a nuestra sociedad. El capital social, la confianza entre las personas y hacia las instituciones está en sus niveles más bajos. Esta situación de desconfianza se agrava cuando el gobierno no resuelve los problemas de la gente, en términos de brindar bienes y servicios públicos de calidad, y esto se ve en los hospitales públicos, en la delincuencia en las calles, en los trámites y, en general, en todos los puntos en los cuales el ciudadano interactúa con el Estado o necesita de él. Como resultado de esto, la gente no quiere pagar sus impuestos, hace lo que quiere en las pistas y tiene poca tolerancia con posiciones discrepantes y una falsa justificación para no obedecer la regulación.
Esta situación se ha agravado aun más durante este gobierno, tanto por su incapacidad de avanzar en mejorar la calidad de los bienes y servicios públicos (el caso de seguridad es el más alarmante de todos) y por la antipolítica desplegada en los cinco años de gobierno. Hoy tenemos uno de los procesos electorales más atípicos de la historia peruana, que ya es mucho decir, con elementos muy preocupantes: violencia contra líderes políticos que no es rechazada por los otros líderes políticos, retiro de candidaturas con poca opción de pasar la valla electoral argumentando que no hay condiciones para una elección imparcial (paso previo para gritar “fraude” el 10 de abril), entre otros elementos. Lo que verdaderamente preocupa es que son nuestros líderes políticos los que activamente participan de la demolición del poco capital social que tenemos en el país.
El ‘hardware’ de nuestra economía está, todavía, en buenas condiciones. El crecimiento se puede reactivar con buenas políticas fiscales, impulsando las inversiones y reduciendo la tramitología. Pero nuestro problema es el ‘software’.
Para crecer sostenidamente por 30 años, necesitamos hacer reformas estructurales y aprovechar todas las oportunidades de inversión, especialmente los grandes proyectos. Esto no será posible si no construimos confianza entre nosotros. Esto es un proceso difícil, pero factible, que descansa sobre tres pilares fundamentales: la tolerancia, el respeto a las instituciones y las leyes, y un Estado que sea eficiente en mejorar la calidad de vida de las personas.
El siguiente gobierno, cualquiera que este sea, tendrá una situación muy complicada. Todos los ciudadanos, pero especialmente los que fungen de políticos, deberemos demostrar madurez respetando el resultado electoral, pero siendo muy estrictos en la fiscalización y la exigencia al próximo gobierno de ser eficientes en resolver los problemas de la gente. Esa es la mejor manera de construir confianza y prosperidad. ¿Estaremos a la altura del reto? Lampadia