En los últimos veinte años, la economía mundial estuvo afectada por cinco factores que influyeron positivamente en su crecimiento, tres de ellos fueron factores permanentes. Primero, la revolución tecnológica que vivimos desde la década de 1990 y que ha afectado la forma de trabajar, de hacer negocio, de comunicarnos y hasta de vivir. Estos cambios tecnológicos están en proceso de implementación e impactarán en la productividad futura de manera importante. Por ejemplo, se calcula que el uso de la tecnología de información para el ahorro de energía es superior al 15%. Estas ganancias en productividad se irán extendiendo y consolidando en el tiempo.
El segundo factor es la globalización de los mercados, que generó un significativo aumento del comercio mundial, la reducción de costos y las ganancias de eficiencia globales debido a la competencia, el aumento de las economías de escala y la consecuente mayor especialización.
El tercer factor es la incorporación de decenas de millones de personas a la economía de mercado en Asia, y particularmente en China, que generó un crecimiento en la demanda por materias primas que no se veía desde la Segunda Revolución Industrial.
A estos tres factores se sumaron dos factores temporales y desestabilizadores. En Europa, se inicia un proceso de unificación monetaria –sin tener los fundamentos de unión fiscal y bancaria– que llevó a los mercados a facilitar el fácil endeudamiento de países periféricos a niveles insostenibles, por lo que el aumento en la demanda interna en estos países fue solo temporal. Luego en Estados Unidos se generaron procesos de fuerte endeudamiento público por políticas fiscales expansivas, y en el lado privado, por políticas monetarias expansivas y laxitud en la regulación y supervisión bancaria. Esto llevó también a niveles insostenibles de déficit fiscal y déficit externo en la economía estadounidense, así como a la formación de burbujas en los mercados, y la más notable fue la que se formó en el mercado hipotecario.
El proceso de vuelta al equilibrio empezó con el fin de la burbuja inmobiliaria entre el 2007 y el 2008, la cual motivó respuestas de políticas fiscales y monetarias más expansivas en todo el mundo, lo que acentuó los desequilibrios en algunos países. En Estados Unidos se mantuvieron y ampliaron las políticas monetarias expansivas a niveles sin precedentes hasta ahora que, ante la normalización de las condiciones en el mercado laboral, se han empezado a retirar.
La turbulencia financiera vista en los mercados en las últimas semanas será la constante en la primera mitad del 2014, mientras que las tasas de interés vayan reflejando las nuevas condiciones de liquidez. Los países emergentes que más sufrirán serán aquellos que no corrigieron sus desequilibrios externos y fiscales y no implementaron reformas que mejoraran las condiciones de productividad de su economía. Este proceso llevará a reajustes en los tipos de cambio para conseguir la reversión en los déficits en cuenta corriente, afectando la tasa de crecimiento en los próximos años.
Europa continuará con una situación de enorme fragilidad financiera y política con altos niveles de desempleo por varios años más en la medida en que el salario real promedio demorará en regresar al equilibrio por la imposibilidad de la devaluación (están en el sistema del euro), la inflación (el BCE controla la emisión monetaria) y la dificultad de emprender reformas estructurales.
China cambia su modelo de crecimiento ante el nuevo entorno económico y pasa a desarrollar su demanda interna y realizar reformas de mercado para sostener un crecimiento en torno al 7%, teniendo que disminuir la velocidad de las migraciones del campo a la ciudad.
¿Este nuevo escenario de menor crecimiento mundial y fragilidad financiera significa que tenemos que resignarnos a regresar a las antiguas tasas de crecimiento bajas y volátiles? Muy por el contrario, las posibilidades de crecimiento permanecen inalteradas para los países que sepan aprovecharlas. Sin embargo, el esfuerzo por mantener el crecimiento no se puede hacer con políticas fiscales y monetarias expansivas como las que se aplicaron en el 2013, sino con un decidido impulso a la productividad del país. Esto requiere reformas estructurales de fondo y no de nombre, dejar el discurso de la inclusión por el de la generación de empleo, fomentar la inversión privada y no perder el tiempo en apuestas descabelladas como las de la refinería de Talara. Esperemos que los factores políticos en el 2014 no nos hagan perder el rumbo a la prosperidad.
Publicado en El Comercio, 4 de febrero de 2014