Luis Carranza, economista
Perú21, Suplemento Especial, 26 de noviembre del 2024
A inicios de 1990, el Estado había fracasado rotundamente. El producto por habitante había tenido tasas de crecimiento negativas en la década de los 80, los fuertes déficits fiscales financiados con emisión del banco central (“la maquinita”) había generado hiperinflación y la pobreza llegaba cerca al 60% de la población.
En ese contexto, la sociedad peruana estaba convencida de que la inversión privada era la que tenía que sacar adelante al país. A los dos valores fundamentales de la sociedad peruana, el espíritu emprendedor de nuestra gente y las ganas de trabajar, se sumaba así un tercer valor, que las empresas eran necesarias para crecer y, por lo tanto, la inversión privada había que protegerla e incentivarla.
Esos valores de nuestra sociedad, le dieron legitimidad a la Constitución de 1993 que básicamente le ponía candados al Estado, dando independencia al banco central y poniendo controles a la indisciplina fiscal, y promovía y protegía a la inversión privada. Bajo estos principios institucionales empieza un proceso de crecimiento importante que, a pesar de las crisis externas, nos llevó a liderar el crecimiento en América Latina porque el Estado y el empresariado empezaron a trabajar de manera coordinada con una misma visión de desarrollo, cada uno haciendo su papel.
El mejor ejemplo de esto es lo que ocurrió con las exportaciones agrícolas no tradicionales que entre 1993 y 2023 se multiplicaron por 50 (¡una tasa de crecimiento anual promedio de 14%!). Es un claro ejemplo de cómo el sector privado se encarga de hacer su trabajo y el sector público de hacer el suyo de manera coordinada. Mejoras regulatorias, promoción de inversión, simplificación, tratados de libre comercio; mientras que los empresarios se especializaban, innovaban, invertían y resolvían problemas de acción colectiva como la cadena de frio. Ahora lideramos en productividad varios productos y tenemos una gran diversificación de mercados y de productos que nos dan una gran solidez.
Este es uno de los grandes motores de impulso del crecimiento en el Perú y es el mejor ejemplo de que lo hicimos muy bien. Pero también es el mejor ejemplo de cómo, absurdamente, nosotros mismos nos cortamos las alas para seguir volando. Teniendo un gran potencial de crecimiento, tenemos paralizados importantes proyectos de irrigación y retrocedimos en la ley de promoción agraria. Lo que la sociedad peruana debe entender es que esto no es un problema para los empresarios agrícolas, es un problema para todos los peruanos, especialmente para los campesinos pobres que viven en nuestra sierra y no podrán conseguir un empleo bien remunerado y con seguridad social.
Este ejemplo de activa participación de los empresarios, lo hemos visto en otros casos, como Empresarios por la Educación, que en la década de 2000 pusieron el tema de la calidad de la educación sobre el tapete posicionando las reformas educativas que vendrían luego.
Lamentablemente, durante la década pasada, los escándalos de corrupción devaluaron estos valores fundamentales y la politización de la justicia terminó por alejar a los empresarios de las propuestas de políticas públicas y de la agenda de desarrollo del país.
Recuperar ese valor es clave para evitar que el Estado se siga desbordando y se multipliquen los casos como Petroperú; para que los políticos entiendan que lo único que genera aumentos salariales reales y permanentes es la productividad y no sus propuestas legislativas de bonificaciones, y para que se presione al Estado no para beneficios particulares, sino para mejorar la eficiencia de las instituciones públicas.
En conversaciones recientes con empresarios a lo largo y ancho del país, en relación con la construcción de una visión de prosperidad del Perú, queda claro que, ante las ineficiencias del Estado en sus tres niveles, central, regional y municipal, debe resurgir una clase empresarial que busque cohesionar a la sociedad peruana para lograr un país próspero, inclusivo e integrado. Retomemos esos ejemplos extraordinarios que nos llevaron a sacar adelante proyectos tan complicados como Camisea y reformas tan difíciles como la apertura y los Tratados de Libre Comercio. Los empresarios deben volver a comprometerse con el desarrollo del país.