Luis Carranza, Ex ministro de Economía y Finanzas
El Comercio, 22 de diciembre de 2015
Tras las presentaciones de los candidatos presidenciales en CADE 2015, cuando varios de ellos manifestaron que se debería usar parte de los ahorros públicos para impulsar temporalmente el gasto de infraestructura en el país, surgieron varias voces en contra.
Manifestaron que sería la ruina de la economía hacer esto. De hecho, cuando se mencionó usar parte del Fondo de Estabilización Fiscal (FEF), con devoción casi religiosa se proclamó la inviolabilidad del FEF, como si se tratase de un becerro de oro al cual se debe adoración.
Analicemos con calma los argumentos para determinar la razonabilidad de la propuesta. Veamos. La política fiscal debe cumplir tres objetivos fundamentales: mantener la estabilidad macroeconómica, mejorar la eficiencia y reducir la inequidad.
Una de las pocas herramientas que permite avanzar tanto en mejorar la eficiencia como mejorar las condiciones de equidad es el gasto en infraestructura pública. Parte importante del crecimiento en la administración del presidente Alan García se debió al fuerte impulso en infraestructura, que generó un efecto positivo sobre la inversión privada, pero que además ayudó a disminuir la pobreza porque mejoraba los ingresos de los pobres al mejorar condiciones de vida y la accesibilidad a mercados. Esto último ha sido ampliamente documentado por Richard Webb.
Lo que está por verse es si este aumento en el gasto en infraestructura generaría desestabilización macroeconómica y regresaríamos a desequilibrios fiscales, problemas para pagar la deuda y altas tasas de inflación. A fines del 2014, el Perú tenía una deuda de 20,1% del PBI y, si tomamos en cuenta los ahorros del sector público en el sistema financiero, la deuda neta sería escasamente de 3,9% del PBI.
El Fondo Monetario Internacional recomienda a los países emergentes estabilizar la razón de deuda a PBI en torno a 40%. En estos niveles se puede crecer porque no hay una carga pesada por exceso de deuda y se reduce la vulnerabilidad a las crisis externas.
Entonces, ¿por qué no utilizar parte de los más de US$9 mil millones del FEF para impulsar el gasto en infraestructura? ¿Qué problema financiero nos creará? Las tasas de interés no se moverán, tampoco los mercados internacionales se alterarán.
No se está proponiendo aumentar desbocadamente la deuda ni financiar sueldos o programas sociales (flujos recurrentes) con ahorros. Se propone hacer infraestructura (stock de capital físico) financiándose con ahorros (stock de capital financiero). Se propone usar responsablemente el instrumento fiscal y no confundirlo como un objetivo en sí mismo.
¿Acaso no se necesitan carreteras, puentes, hospitales, colegios y demás infraestructura básica por cerca de US$160 mil millones, según la Universidad del Pacífico? La infraestructura no solo es necesaria para mejorar nuestro crecimiento de largo plazo y reducir la pobreza, sino que, además, será un importante empuje a la actividad económica en el corto plazo. Reactivará la demanda interna y afectará positivamente las expectativas de los agentes económicos, que tan alicaídas han estado últimamente. ¡No hacerlo es como haber ahorrado para comprar un paraguas y cuando empieza la lluvia no usarlo para que no se moje!
Veamos, ¿quiénes no tienen paraguas en el vecindario? Salvo Chile y el Perú, el resto de países utilizaron el aumento de precios de materias primas para impulsar excesivamente el crecimiento del gasto público.
Hoy algunos atraviesan serios problemas fiscales y necesitarán ajustes en mayor o menor medida, como Brasil, Argentina e, incluso, Colombia; mientras otros tendrán serios apuros para cumplir con el calendario de pago de la deuda, como Ecuador, o ya están inmersos en un proceso inflacionario descontrolado, como Venezuela.
En todas partes tenemos ‘sacerdotes’ que cuidan religiosamente al becerro de oro de turno. El economista John Maynard Keynes en la Inglaterra de la década de 1920 pedía una devaluación de la libra esterlina, ante la oposición del conservadurismo, que fijó la libra en el nivel que tenía antes de la guerra. Finalmente, le hicieron caso con varios años de retraso y a costa de un fuerte aumento del desempleo.
Mario Draghi, actual presidente del Banco Central Europeo, evitó el colapso financiero al implementar una política monetaria expansiva, a la cual se oponía su antecesor, Jean-Claude Trichet y su corte de halcones, porque no querían generar inflación (¡!).
Aquí también tenemos nuestros ‘sacerdotes’ que predicaban la dolarización de la economía en la década de 1990, la libre flotación del tipo de cambio, el recorte de gasto público en el 2009 y ahora abogan por no tocar los ahorros fiscales. Ojalá que la ciencia triunfe sobre el oscurantismo.