Por: Ilia Krasilshchik
El Comercio, 2 de Octubre del 2022
“Los rusos se han convertido en parias. Muchos países ya les han impuesto restricciones de residencia, y cada vez tienen menos posibilidades de obtener un estatus legal, un permiso de trabajo o incluso una cuenta bancaria”.
“Hola, mi esposa está embarazada y tengo una hipoteca. Mi mujer siente pánico y yo no tengo dinero para ir al extranjero. ¿Cómo puedo escapar del reclutamiento?”.
Ese es un mensaje que recibimos en ‘Helpdesk.media’, un sitio web que algunos periodistas creamos en junio para ayudar a las personas –con información, asesoramiento jurídico y apoyo psicológico– afectadas por las acciones del Gobierno Ruso. Tras cumplir el servicio militar obligatorio hace siete años, el emisor estaba siendo reclutado para luchar en la guerra contra Ucrania. Al Gobierno Ruso no le interesaba saber quién pagaría la hipoteca o cuidaría de su mujer embarazada. Simplemente quería más carne de cañón para su guerra.
En los días transcurridos desde que Vladimir Putin anunció una “movilización parcial”, despejando el camino para que cientos de miles de hombres fueran reclutados para su fallido esfuerzo bélico, hemos recibido decenas de miles de mensajes como estos. Algunos eran quejas; otros eran desafiantes. Algunos simplemente expresaban derrota. Junto con los rusos que intentaban abordar vuelos, cruzar fronteras o atacar centros de reclutamiento, daban testimonio del mismo deseo: evitar el reclutamiento.
La verdad es que quizá no puedan hacerlo. Aunque se presenta como una medida limitada que solo afecta a los que han servido antes en el ejército, en la práctica, el gobierno tiene vía libre para llamar a filas a tanta gente como quiera. La cifra inicial de 300.000 parece ya una enorme infravaloración. Ante un régimen monstruoso empeñado en la guerra y un aislamiento internacional generalizado, los rusos están atrapados en un desastre. Y a juzgar por la respuesta hasta ahora, están aterrorizados.
Ese terror no concuerda con el apoyo masivo que supuestamente tiene la guerra. Sin embargo, el nivel real de apoyo es claramente inferior al que pregonan los medios controlados por el Kremlin. Resulta revelador que haya muy poca gente dispuesta a ir a la guerra.
Para los ciudadanos ordinarios que quieren escapar de ese destino infernal, simplemente no hay muchas opciones. Algunas personas han cruzado la frontera a Bielorrusia, pero ya estamos recibiendo información de que las autoridades bielorrusas, cómplices de Putin, están planeando capturar hombres de Rusia. Si no es Bielorrusia, ¿dónde? Pocos días antes del inicio de la movilización, Letonia, Lituania, Estonia y Polonia impusieron una prohibición de entrada a casi todos los rusos. La semana pasada, los países bálticos declararon que esa decisión no cambiará, al menos por ahora.
La frontera de unos 1.500 kilómetros con Ucrania está, por supuesto, cerrada. Las autoridades finlandesas siguen dejando entrar a los rusos, pero se necesita un pasaporte y un visado Schengen, algo que tienen apenas un millón de rusos. Finlandia también tiene previsto cerrar la frontera. Lo que sigue abierto es Georgia, donde la fila en el paso fronterizo se demora más de 24 horas y a veces se le niega la entrada a la gente sin ninguna razón evidente. También hay destinos tan lejanos como Noruega, Kazajistán, Azerbaiyán y Mongolia. Llegar a cualquiera de ellos, a pie, en bicicleta o en auto, es una meta desalentadora.
Los boletos de avión a los pocos destinos aún disponibles para los rusos, después de que el grueso del espacio aéreo europeo se cerrara en febrero, están casi agotados. ¿Quieres volar a la vecina Kazajistán? Aquí tienes un boleto, con dos escalas, por 20.000 dólares. ¿Quieres ir a Armenia? No quedan boletos. ¿O a Georgia? Rusia solía tener vuelos directos diarios a Tiflis antes del conflicto del 2008, pero ahora tampoco se puede volar hacia allá.
La terrible verdad es que los rusos se han convertido en parias. Muchos países ya les han impuesto restricciones de residencia, y cada vez tienen menos posibilidades de obtener un estatus legal, un permiso de trabajo o incluso una cuenta bancaria. En todo caso, no está claro cuánto tiempo permitirán las autoridades rusas que la gente abandone el país. Algunas autoridades militares regionales ya han emitido órdenes que prohíben a los hombres sujetos a la leva –es decir, a casi todos los hombres– abandonar sus pueblos y ciudades.
La gente que observa este horror desde fuera de Rusia se pregunta: ¿Por qué no protestan? Pues bien, muchos lo hacen. La primera noche tras el anuncio, la policía rusa detuvo a más de mil manifestantes en más de 30 ciudades del país. Algunos manifestantes recibieron fuertes palizas. Se trata de una valentía que va más allá de lo que imaginan quienes nunca han experimentado la vida en una dictadura.
En cuanto a derrocar a Putin, que también se les pide a los rusos, dudo que haya alguien que sepa cómo hacerlo. El principal político de la oposición, Alekséi Navalni, está tras las rejas; la protesta está, para todo efecto práctico, prohibida; e incluso las declaraciones antibélicas leves pueden llevar a los rusos a la cárcel con una fuerte condena.
Tenemos un dicho conocido en Rusia: “bombardear Vorónezh”. Vorónezh es una ciudad rusa no muy lejana de la frontera ucraniana, pero la frase no se refiere a los bombardeos de Ucrania. Se refiere a la perversa costumbre de las autoridades rusas de tomar represalias contra sus propios ciudadanos en respuesta a las acciones de otros gobiernos. El 21 de setiembre, Putin añadió a la lista el ejemplo quizá más atroz. Frustrado por la resistencia de Ucrania, optó por castigar a los ciudadanos rusos por su propio fracaso.
La pena capital podrá estar prohibida en Rusia. Pero por la decisión de Putin, muchas personas pagarán con sus vidas.
–Glosado y editado–
© The New York Times