Por Leon Trahtemberg
Facebook, 21 de mayo de 2019
Si el estado natural del niño es el movimiento, la acción, la alegría, la exploración, el juego, ¿por qué eso no caracteriza las clases, y en todo caso, se permite solo en el recreo?
¿Por qué no se pueden contar chistes en las clases y valorar el sentido del humor como un atributo beneficioso?
En reuniones sociales, un buen contador de chistes, ¿no se vuelve un centro de interés? ¿No integra la mayor cantidad de habilidades sociales que los colegios aspiran a cultivar en sus alumnos?
La seriedad y solemnidad de la que se revisten las clases termina siendo intimidante para el desenvolvimiento natural de los alumnos.
Las mejores conferencias que he escuchado incluyen bromas, ironías, chistes, anécdotas graciosas, analogías disparatadas pero esclarecedoras.
Quién sabe sea oportuno que los profesores acepten reirse en sus quehaceres, y alentar a los alumnos a que lo hagan. No hay cosa más seria que un buen chiste, que involucra el buen ánimo de todos, que sea respetuoso de las formas sin ofender, pero oportuno, ingenioso, rompedor de hielos.
Con ello habrá menos estrés y mejor ambiente de aprendizaje