León Trahtemberg
04 de agosto de 2016
Carlos A. Scolari publicó el 10/12/2011 en el blog hipermediaciones un artículo con un título provocador “Educación, aburrimiento y el Síndrome del Boreout” parafraseando la frase “Síndrome de Burnout” atribuible a profesores que “están quemados”, hartos de su trabajo docente. Define el Síndrome del Boreout como aquel que se produce cuando el sujeto no tiene objetivos claros, realiza tareas repetitivas y pierde todo tipo de deseo dentro del ambiente productivo
Empieza su columna con una escena en la que el personaje televisivo Bart Simon grita “Me aburrooooo….” Para decir que el aburrimiento parece ser el pasatiempo preferido de los jóvenes, sobre todo dentro de las paredes de la escuela.
Scolari menciona la obra de Cristina Corea e Ignacio Lewkowicz “Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas” (Paidós, 2004) que procura una aproximación psicoanalítica y sociológica al problema del aburrimiento escolar. Para ellos los medios a los que están expuestos los escolares proponen una nueva manera de construir la subjetividad por lo que muchos problemas catalogados como “de comprensión y de lecto-escritura” son tan solo un síntoma de este desacople entre sujetos, discursos y prácticas.
Corea pregunta ¿qué es el aburrimiento de los jóvenes sino un síntoma de que “algo” no funciona en las instituciones educativas? El tedio adolescente es un dedo que señala; bien puede ser el indicio, entre otras cosas, de que algunas experiencias están agotadas.”
Continúa Scolari diciendo que no sólo los alumnos se aburren en la escuela. También los profesores se aburren ante la experiencia educativa tradicional que está agotada. Cita el testimonio paradigmático del joven profesor Camilo Jiménez de la Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia) quien anunciaba que abandonaba la docencia. ¿Los motivos? “… De treinta estudiantes, tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veinticinco muchachos no pudieron escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado, que varió de un ejercicio a otro. Estudiantes de comunicación social entre su tercer y su octavo semestre, que estudiaron doce años en colegios privados…”.
“Dejo la cátedra porque no me pude comunicar con los nativos digitales. No entiendo sus nuevos intereses, no encontré la manera de mostrarles lo que considero esencial en este hermoso oficio de la edición. Quizá la lectura sea ya otra cosa con la que no me pude sintonizar. De pronto ya no se trata de comprender un texto, de dialogar con él. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombies. Ya veremos qué pasa dentro de unos pocos años, cuando los alumnos de mi último semestre de clases tengan treinta y estén trabajando en editoriales, en portales y revistas. Por ahora, para mí, ha llegado el momento de retirarme.”
Corea decía que no tenía sentido lamentarse por esta pérdida sino más bien explorar los desacoples y desfases que la mutación tecno-cultural está generando. Si no mapeamos el territorio de manera creativa resultará imposible desplegar cualquier estrategia de intervención pedagógica o cultural.
Lo que ocurre es que parece estarse cerrando una época construida alrededor de un objeto -el libro impreso- para llegar a una nueva que es difícil de digerir para los amantes del papel impreso.
Estamos asistiendo al “desplazamiento de la hegemonía diacrónica -la crónica, la historia, los libros, la linealidad- como principio ordenador de la experiencia y estamos pasando a la digitalización que privilegia la perspectiva sincrónica, bajo un modelo de simultaneidad y de hipervaloración de lo espacial por encima de lo temporal”.
Para Carlos Scolari “La escuela es hoy en día una máquina de producir aburridos (boreouts) y quemados (burnouts). Esa escuela, hija de la Modernidad y la civilización industrial, demuestra toda su impotencia ante unos estudiantes que nacen y viven en una sociedad post-Moderna y post-industrial. Y la universidad, nacida hace casi un milenio en pleno medioevo, sigue de cerca sus pasos”.
En suma, estamos en una transición en la que profesores y alumnos están desenchufados unos de otros.
Lampadia