Del trauma económico que atravesamos hasta 1990 salimos gracias a un grupo de tecnócratas; eso es bien sabido, y no es necesario gastar tinta sobre ello. Este grupo trabajó bajo un marco de ideas claras (y libertad de decisión, apresados por la realidad) y produjo, en pocos años, resultados: redujimos la hiperinflación, cerramos los déficits (crónicos), mejoramos la competitividad local, la estabilidad cambiaria, y un largo etcétera.[Además se redujo la pobreza y la desnutrición y mortalidad infantil].
Así como recuperamos el ambiente macroeconómico, a veces creemos que podemos mejorar nuestra calidad institucional bajo el mismo método: contratas a un grupo de tecnócratas expertos en mejoras institucionales y solucionas el problema. Parece que no es así de fácil.
James Robinson, profesor de la Universidad de Harvard y coautor (junto a Daron Acemoglu) de “¿Por qué fracasan los países?”, estuvo esta semana por Lima, y nos propuso una interesante reflexión: no es un problema técnico, es un problema político. [Correcto].
Interesante, pero perturbador. ¿Significa que nuestra calidad institucional depende –en estricto– de Ollanta, Alan, Keiko, los nacionalistas, pepecistas, apristas y demás? Según Robinson, sí.[También depende de que superemos la anomia de la clase dirigente].
Solo para tenerlo claro: en el ranking de competitividad del Foro Económico Mundial aparecemos en el puesto 20 (sobre 148 países) en ambiente macroeconómico y en el 109 en calidad institucional. Para que no quede duda: Sierra Leona, que tiene ingresos diez veces menores que los nuestros, está en el puesto 89. No es un tema de plata, y por Robinson ahora sabemos que no es un tema de tecnócratas; es un problema político.
¿Y ahora? ¿Por dónde partir? Existen tres áreas cruciales: administración de justicia (que incluye derechos de propiedad, independencia del poder político, etc.), eficiencia y transparencia del Gobierno Central (gasto, libertades individuales, etc.) y, por último, partidos políticos.
¿El punto de partida, entonces, nace bajo un liderazgo fuerte (tipo Singapur) o bajo un consenso (tipo España)? Es indudable que no podemos esperar que un “dictador benevolente” solucione este problema; somos una democracia y eso es parte de lo que tenemos que proteger. ¿Consenso entonces? Así es.