Comentario de Lampadia
Coincidimos con cómo se ha manejado este tema por el autor. Anteriormente ya lo habíamos mencionado en Lampadia. Ver nuestro artículo: Tenemos que emprender una revolución educativa.
Por Juan José Garrido
(Perú 21, 22 de Febrero de 2015)
En el último reporte del Foro Económico Mundial, el Perú aparece en el puesto 134 sobre 144 en el pilar de calidad de nuestro sistema educativo. En el pilar de calidad de nuestra educación primaria, aparecemos en el puesto 136 y, en calidad de la educación matemática y científica, en el puesto 139. Esto es un desastre por donde se le vea: no solo implica que nuestro sistema educativo hace agua por todos lados, sino –y lo más importante– que nuestro sistema no brindará beneficio alguno a los millones de niños que mañana deberán afrontar las responsabilidades que la vida exige: educar a sus hijos, trabajar o atender algún oficio u profesión, y desenvolverse como ciudadano.
Durante años, la excusa de este paupérrimo resultado era nuestra situación de pobreza. Nuestra clase política e intelectual señalaba a los bajos recursos, los pobres sueldos y la precaria infraestructura como el origen del problema. Eso pudo ser cierto hace 20 años, pero la situación de hoy no tiene como fundamento un problema de recursos. Bajo distintas clasificaciones, el Perú es hace años un país de ingresos medios; nuestro PBI se ha multiplicado casi por cuatro entre 1990 y el 2013, y nuestro presupuesto en mayor medida (se ha multiplicado casi por cinco entre el 2000 y el 2014).
No es un problema de recursos. En mi opinión, es un problema de enfoque. Llevamos demasiado tiempo, décadas y tal vez siglos, pensando “dentro de la caja” y, por lo tanto, guiados por creencias populares, pero enfrentadas con el futuro que les espera a nuestros niños y con las percepciones que sobre el sistema tienen los usuarios (léase, los padres de familia y alumnos dentro de este modelo).
Según el último estudio publicado por PulsoPerú y Perú21, el 64% de los encuestados matricula a sus hijos en colegios públicos (hace un año era 70%, lo que implica una caída de 10% en términos relativos), y 32% en colegios privados (hace un año era 26%). No obstante, 60% escogería el sistema privado frente a un 35% que preferiría el sistema público. Esta preferencia por la educación privada sobre la pública no tiene por qué llamarnos la atención. En países más pobres que el Perú, y en las zonas de menores ingresos en estos, sucede lo mismo: en los suburbios de Hyderabad, en la India, solo el 35% asiste a colegios públicos, el 28% asiste a colegios privados y el 36% a colegios privados sin reconocimiento estatal. Lo mismo ocurre en las zonas pobres de Ghana y Nigeria.
Más sorprendente que las preferencias por la educación privada sobre la pública es que los más pobres prefieren que sus hijos asistan a colegios sin reconocimiento oficial que los públicos, no solo reconocidos, sino gratuitos. Entendamos bien lo que ello implica: los padres prefieren pagar por una educación que no será reconocida al mandar a sus hijos a una escuela gratuita y cuyo diploma será útil en el futuro. ¿Por qué? Por una sencilla razón: la calidad de la educación.
Entre los encuestados por PulsoPerú, el 64% considera que la educación pública ha empeorado o sigue igual. Solo el 24% cree que ha mejorado. Pero el 78% la considera regular o mala (56% y 22%, respectivamente); en contraste, el 95% considera la educación privada buena o regular (64% y 31%, respectivamente).
Por supuesto, la calidad de la educación privada es muy heterogénea, no todos los colegios son buenos, ni siquiera regulares; hay tantos buenos, como regulares y malos, probablemente. Pero a diferencia del sistema público, donde casi todos son regulares, malos o muy malos, en el privado, si el padre de familia no encuentra satisfactoria la calidad educativa puede llevar a su hijo a otro colegio. Hay opción, libertad de elección, o –si prefieren– incentivos. Esta es la palabra clave, y es la que escapa a nuestro sistema actual, o a la “caja” a la cual nos referíamos.
Nuestro sistema se preocupa del tipo de educación (pública o privada), de los sueldos de los maestros y sus derechos laborales, de la malla curricular (diseñada en los años 70 para otra realidad), y en el color de los uniformes, pero no en la calidad educativa. Y es esta, la calidad educativa, la única variable que debería importarnos.
Esta nueva gestión en el Ministerio de Educación, liderada por el economista Jaime Saavedra, sienta una gran esperanza en el futuro de nuestro sistema educativo. El ministro Saavedra y su equipo entienden –mejor que todos– este problema, pero enfrentan una realidad que está enraizada en nuestra fauna política y académica. Entre tanto, la realidad impacta en los más pobres, desatendidos educativamente y con leyes laborales imposibles de superar.
El Estado debe buscar la manera de aprovechar la iniciativa privada, de incluirlos en el modelo, de aprender de ellos y aprovechar sus experiencias. Es muy grande el reto, y muy grande la deuda con los más necesitados, para seguir pensando “dentro de la caja”.