El economista francés Jean Tirole, recientemente galardonado con el premio Nobel, ha sido considerado por la mayoría de analistas como una apuesta –de la Academia– por la regulación. Habiéndose hecho famoso por sus textos sobre los fundamentos microeconómicos de la intervención estatal cuando existen posiciones monopólicas, sería difícil creer que el –ahora– afamado economista alguna vez podría ser considerado como neoliberal o algo por el estilo. Por ello, sería importante recordar un texto publicado en el 2007 titulado “Cuatro principios de un Estado efectivo”.
Tirole parte por un objetivo básico: el Estado debe servir al público, y para ello debe –tiene que– ser efectivo. Léase, debe proveer de servicios de calidad que faciliten la dinámica del mercado.
Plantea como primer eje la reestructuración del Estado: reducir gastos y cargas inútiles de tal manera que su productividad sea la mayor posible manteniendo la estructura presupuestaria. Menciona como ejemplo a Canadá, una economía cuyo estilo podría tildarse como social-europea: redujo gastos en 19% a través de privatizaciones, aligerando así el peso regulatorio y enfocando el Estado a lo que debe hacer (educación, salud, etc.).
Lo segundo es abrir los espacios para mayor competencia. Como bien sostiene Tirole, nada es mejor para incrementar la calidad de los servicios que la competencia, pura y dura. Sistemas de vouchers para el sistema educativo (una propuesta casi libertaria) es un ejemplo de ello. El Estado, actuando como un monopolio, necesita competir para tener los incentivos alineados a la población.
En tercer y cuarto lugar, el Estado requiere de una permanente evaluación y rendición de cuentas. La intervención del Estado debe ocurrir cuando es necesaria, y cuando lo hace debe demostrar (vía evaluaciones) cuáles fueron los beneficios concretos, y rendir cuenta del uso de los recursos públicos.
Tirole, como la mayoría de recientes galardonados, es un economista matemático. Pero difícilmente estos principios escapan a la razón y naturaleza de los inversionistas. No se requieren de complejos modelos para llegar a conclusiones tan obvias. Sería bueno que el gobierno de la “Gran Regulación” le dé una mirada a estas ideas.