Juan Carlos Tafur, Periodista
El Comercio, 12 de diciembre de 2017
-Glosado por Lampadia-
Es imperativo que Pedro Pablo Kuczynski mire hacia atrás y trate de reflejarse en el ejemplo político del presidente Valentín Paniagua.
El escándalo Lava Jato amenaza con causar una implosión de las instituciones centrales del país y con desacreditar a casi toda nuestra clase política. En un trance similar, Paniagua pudo construir un liderazgo rápido y sobrellevar el harto complicado camino de la transición democrática.
No es casual que Paniagua haya culminado su corto período de gobierno con niveles de aprobación superiores al 80%. Supo entender la magnitud de la tarea política que tenía al frente, conformar un Gabinete de emergencia, resolver los asuntos de gobierno, convocar prontamente nuevas elecciones y asentar una luz referencial a una sociedad transida por el desplome de todo lo conocido, en términos políticos y económicos, a finales del 2000.
Lava Jato amenaza con llevarse de encuentro mucho más de lo inicialmente previsto y ya genera cuotas significativas de desconcierto social. La ira por los niveles de corrupción hallados va a la par con el descrédito de la confianza social, valor imprescindible para que un país avance tranquilo.
Los principales actores políticos y mediáticos solo contribuyen a incendiar más el país, en una espiral de radicalismo y piromanía, que está muy lejos de responder a un motivo purificador, sino simplemente al intento de afectar en mayor medida al adversario, sin percatarse de que en el esfuerzo se salpica a todos más de lo que procesalmente correspondería.
Frente a tal situación es mandatorio que el presidente asuma la responsabilidad política de conducir al país a buen puerto. No nos sirve un mandatario escondido, aterrado por sus propias eventuales implicaciones en el escándalo.
Toca a PPK aclarar de inmediato, en un evento mediático abierto, o acudiendo a la interpelación parlamentaria, si tuvo o no vínculos con Odebrecht y si estos tuvieron carácter delictivo o no. No basta su intervención radial del sábado último.
Hasta el momento, incluso si se comprobara que asesoró financieramente a la empresa brasileña o que recibió fondos para su campaña estos no serían per se motivos como para temer la inestabilidad democrática de su mandato. Pero si miente reiteradamente o maneja con torpeza el asunto, él mismo contribuye a otorgarle el poder desestabilizador que teme.
Si es este asunto el que tiene atenazado al presidente y motiva el pasmo político que hoy exhibe, pues sería bueno que lo resuelva lo antes posible y se sienta en capacidad así de asumir las responsabilidades políticas que en este momento le corresponden. No podemos tener un presidente secuestrado por el miedo.
A estas alturas de su gobierno queda claro que el ímpetu republicano o reformista ya fue cancelado. Su impericia política lo hizo perder el primer año y medio y ya resulta difícil que pueda reencontrar alguna identidad política trascendente. Eso no es óbice para no exigirle que al menos cumpla el principio básico de un gobierno, que es gobernar.