Juan Carlos Tafur, Periodista
El Comercio, 26 de setiembre de 2017
El principal problema político del gobierno es el propio presidente de la República. Sería injusto atribuir alguna responsabilidad mayor a Fernando Zavala o a su sucesora Mercedes Aráoz. Tampoco cabe achacar tanta significancia a la oposición, que si bien se ha dedicado en muchos casos a reventarle la paciencia al régimen, no es la causa suficiente para entender el colapso político del gobierno a apenas un año de ejercer el mandato.
A PPK no le interesa hacer vida política. Seguramente, cuando le aconsejan que lo haga, debe entender que le están sugiriendo que sea más criollo o más cunda, que se vuelva experto en el doblez y la impostura. No percibe que la exigencia pasa por la necesidad de diseñar un esquema de gobierno que atienda las expectativas ciudadanas y busque mantener cierto nivel de aprobación. En otras palabras, por hacer política básica.
El presidente no sale de su zona de confort. Su margen de convocatoria es minúsculo y se reduce a amistades o conocidos, con los cuales mantiene relaciones de confianza. No sale de allí, reduciendo no solo su capacidad de convocatoria, sino mermando el juego político que la presencia de “extraños” podría brindarle.
PPK no es consciente del alto riesgo que implica la precariedad política bajo la cual se mueve y que inclusive podría ser aun peor si se mantiene la tendencia a la baja. No hay una sola señal que indique que en Palacio se activan neuronas diseñando estrategias para remontar la crisis y parece creerse que se puede sobrevivir así. Qué terrible que los dos modelos de gobierno que inspiran a PPK sean los de Belaunde y Toledo, dos supervivientes de crisis políticas permanentes, pero que al menos albergaban ciertas mayorías parlamentarias gracias a alianzas políticas (Acción Popular con el PPC y Perú Posible con el FIM).
El presidente toma decisiones incorrectas todo el tiempo o lo hace fuera de momento. Tiene el radar político averiado. Su sistema de alerta no funciona. No presenta cuestión de confianza cuando debe y lo hace cuando no debe. Genera un Gabinete de conciliación con Keiko Fujimori y a la vez recibe en Palacio al mayor causante de irritación en Fuerza Popular, como es Kenji Fujimori (¿?).
La combinación PPK-Zavala fue letal. Se potenciaban los defectos y no se enaltecían sus virtudes. Por ello, la gran tarea de Mercedes Aráoz es ejercer la política como despliegue de compensación presidencial.
Más que eso no cabe esperar. Ya no será este un gobierno turbulento dado su carácter reformista. No lo será ni en salud ni en educación, ni siquiera en materia laboral (la mayor reforma pensada desde el Ejecutivo).
El supuesto proyecto republicano, fase superior de la ya agotada transición democrática pos-Fujimori, que supuestamente representaba Kuczynski, es, hoy en día, una quimera en su aplicación y en su posibilidad. La tarea de este gobierno y de la primera ministra no consiste en pasar a la historia, sino en sobrevivir a ella.
La del estribo: a ver si la súbita conciencia del peligro de organizar la misa del Papa en la Costa Verde nos lleva a construir escaleras o rutas de escape antisísmicas a todo lo largo de un espacio público que un domingo cualquiera de verano convoca una cifra mayor de gente que la que iba a recibir a Francisco.