Por Juan Carlos Tafur
(Exitosa Diario, 09 de Mayo de 2015)
Luego de sendas frustraciones de la izquierda peruana, satelitalmente con Humala y protagónicamente con Villarán, era esperable un proceso de duelo y recomposición. El paso por el poder se suponía que la iba a tornar más pragmática y realista, pero, lejos de ello, la ha hecho regresionar a viejos cartabones, en lo que más parece una negación psicológica que una evolución ideológica.
Una parte de ella, resentida por haber sido alejada del poder por Ollanta Humala, se ha vuelto a refugiar en los planes de la Gran Transformación. En ese empeño, los más vocingleros han retrocedido hasta el siglo XIX, pre Marx, haciendo de la ecología un disfraz para una venal -sería romántica si no generase tanto daño social- oposición al desarrollo productivo e industrial.
Por cierto, cabe preguntarse cómo así esta izquierda pudo participar desde el inicio, sin ningún remilgo, en un régimen como el actual, claramente apartado de ese discurso radical, salvo que sus actores quieran hacernos creer el absurdo de que supusieron que un gobierno con un ministro como Castilla apuntaba a ello (esta izquierda se apartó cuando ya no había duda de que estaba fuera de las cuotas de poder o del reparto de cargos públicos).
Y el otro sector, el moderado y presuntamente en tránsito de modernidad, hoy ha reducido su proyecto histórico a socavar la gestión de Luis Castañeda en el afán de exaltar, por contraste, la muy mediocre administración de Susana Villarán. En ese trámite, ni pizca de enmienda por los garrafales errores cometidos los cuatro años que tuvieron bajo su mando a un tercio de la población electoral del país.
En ambos casos, la izquierda seguramente tendrá atención mediática, pero difícilmente capitalizará políticamente. La lejanía del poder debería ser una oportunidad de renovar banderas, no, por la desesperación política de negar sus fracasos, de rescatar las apolilladas del pasado.