Por: José Dextre Chacón
El Comercio, 23 de Mayo del 2023
“Diversas investigaciones validan que la experiencia del voucher educativo contribuyó a generar una cultura de la calidad”.
Es usual que en políticas de Estado nuestros referentes den sus opiniones a las innovaciones propuestas según la ubicación ideológica del proponente; es decir, si “está a la izquierda o a la derecha”, sin siquiera ofrecer la posibilidad de un diálogo. Esto está sucediendo con la propuesta del “voucher educativo”, ante la que voceros de uno u otro sector han salido a enfrentarse en función a la posición política del proponente y no después de analizar la propuesta, como debiera ser.
El proyecto del “voucher educativo” es aquel que propone que el Estado cumpla con la obligación de dar educación gratuita a los ciudadanos no ofertando por sí mismo el servicio, como es usual ahora, sino trasladando esa tarea a un privado. Es decir, el Estado asume el pago de la pensión del estudiante en un colegio privado, un colegio que el ciudadano elige para la educación de su hijo, y deja de ser gestor del servicio completo: el que pone la infraestructura, gestiona docentes y ofrece la programación de clases.
Para ir más allá del prejuicio ideológico, analicemos la propuesta misma. ¿Por qué hacer esta innovación en nuestro país, tal y como se ha hecho en otros? Acaso porque el Estado ofrece colegios cuya infraestructura es deplorable desde hace décadas, o porque sus docentes, según investigaciones elaboradas incluso por exmiembros del Consejo Nacional de Educación, presentan gravísimas deficiencias en formación, compromiso y exigencia.
Los opositores al voucher afirman que ha fracasado en Suecia y que allí, como en otros países ricos, los colegios públicos constituyen el 90% de la oferta. Sin embargo, diversas investigaciones validan que la experiencia contribuyó a generar una cultura de la calidad que gozó del apoyo del docente sueco, pese a que sufrió la férrea oposición de la izquierda (Bote, 2007). Por otro lado, las investigaciones afirman que la implementación del voucher educativo ha contribuido a mejorar hasta en un 60% el aprendizaje de escolares en países como Liberia (Romero et al, 2020). Del mismo modo, en Chile demuestran efectos positivos con relación al logro de competencias en el proceso educativo (Contreras et al, 2005), y en otras recientes se señalan los éxitos del voucher en Chile, EE.UU., Holanda y Suecia (Zablotsky, 2019).
A los críticos no les interesa el perjuicio social que la mala calidad de los colegios públicos ocasiona en casi siete millones de niños y adolescentes que estudian en ellos, el 75% de la población estudiantil. Privilegian el paradigma que rechaza la inversión privada, pese a que la educación universitaria ha demostrado que el 70% de las universidades en el ránking de excelencia de la Sunedu son privadas y, dentro de ellas, casi la mitad son societarias (con fines de lucro). Dicen que se quitarán recursos a la educación pública sin pensar en los ahorros y mejoras en la gestión docente y administrativa que la implementación del voucher traería, al trasladar la ineficiente supervisión actual de la calidad de las UGEL (Unidad de Gestión Educativa Local) a un promotor-director de colegio privado que pondrá su mayor esmero en demostrar calidad a los padres de familia.
El voucher implica que cada familia es dueña del dinero que financiará su educación. El Estado puede (debe, desde mi opinión) definir un tope a la pensión a pagar que debería ser similar al costo real que el Estado asume para ofrecer la misma educación. El Estado puede definir dónde aplicarlo, como en zonas de pobreza con deficiente educación pública, y seleccionar a los ofertantes (colegios privados locales que cumplan con las condiciones básicas de calidad, por ejemplo). Se promueve así la competencia por la calidad y, en esa línea, se debería premiar al colegio público que incrementará su matrícula demostrando que es mejor que el privado.
No hay verdades únicas. Dialoguemos para lograr mejoras que transformen la educación y, por ende, la cultura de nuestra sociedad, con análisis profesionales y documentados. Sabemos que la educación pública es deficiente, y que su infraestructura y calidad docente maltrata a sus alumnos, generando resentimientos sociales. Atrevámonos a dialogar para innovar y mejorar nuestra sociedad.