Por: José de la Puente Brunke, Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la PUCP
Comercio, 29 de julio de 2018
Estamos celebrando 197 años de vida republicana en medio de un escándalo que nos indigna, ya que involucra a personas que tienen un muy especial deber de servicio al país. Su función es crucial, pues son garantes de nuestros derechos y de la paz social. Debido a ello, el anhelo del buen juez ha estado siempre presente en nuestra historia.
Sin embargo, el modelo de juez ha ido variando con los siglos. Durante el tiempo virreinal fue un personaje especialmente poderoso, ya que sus resoluciones dependían más de su criterio personal de hombre justo y virtuoso que de la sujeción a normas legales. En el siglo XVI Juan de Matienzo, juez de la Audiencia de Charcas y asesor del virrey Francisco de Toledo, concibió el arbor iudicum (árbol de los jueces). Asimiló la figura del juez a la de un árbol, e identificó las raíces, el tronco, las ramas y todos los elementos del árbol con las diversas virtudes que todo juez debía tener. Para él, un juez debía ser un hombre “caritativo, de buena fama, conocedor del derecho, íntegro, magnánimo, desprendido, imparcial, desconfiado, valeroso, sereno, paciente, humilde, cortés, constante, fiel, discreto, elocuente y prudente”.
Con la fundación de la república y el triunfo de los ideales ilustrados y liberales, se afirmó el predominio de la ley escrita como principal fuente del derecho. Así, se sujetó al juez a la ley, que era igual para todos, tal como lo sigue siendo en nuestros días. Es lo que algunos autores han referido como el paso de una “justicia de jueces” a una “justicia de leyes”.
No obstante, con ambos modelos la figura del juez fue siempre muy polémica. Ya en el siglo XVII el oidor de la Audiencia de Lima, Pedro Vázquez de Velasco, decía que “siempre los jueces tienen malquerientes”, y en el siglo XX Domingo García Rada afirmaba que los jueces tenían “amigos tibios y enemigos calientes”. Ser juez significa tener muchas veces en las manos el patrimonio, el destino y la misma libertad de los ciudadanos. Implica una tremenda responsabilidad, y supone no solo probada honestidad, sino también otras cualidades, como la firmeza de carácter. ¿De qué nos sirve un juez honrado si por debilidad o miedo cede ante presiones o amenazas? Ya lo dijo hace más de 400 años el mismo Matienzo: el miedo esclaviza, y de un juez temeroso y servil no puede esperarse una resolución justa.
A pesar de que nuestro mundo jurídico es radicalmente distinto al del tiempo de Matienzo –y sin pretender volver al modelo del juez de esa época, que también suscitó permanentes críticas– se haría un gran servicio a nuestro sistema de justicia si se estimulara en los aspirantes a jueces el cultivo de algunas de esas cualidades y virtudes. Es muy revelador el hecho de que en nuestros tiempos los jueces que en el Perú muestran los mayores niveles de aceptación social son los que no necesariamente tienen preparación jurídica: los jueces de paz. Son percibidos ante todo como personas justas y honorables. Esto demuestra que la preparación profesional en un juez no es suficiente, y que debe estar acompañada por una clara adhesión a valores cívicos y éticos. Así, los jueces podrán llegar a ser personas ejemplares.
Las grandes figuras de nuestra historia se forman en nuestro imaginario al enfrentar los momentos más complejos con valentía y desprendimiento. Creo que mucho del éxito de la urgente reforma que debe hacerse dependerá del temple y del patriotismo de nuestros funcionarios y políticos. La magnitud del escándalo nos debe espolear para que ahora sí se acometa una auténtica reforma, que pasa en buena parte por poner en práctica criterios ya establecidos en intentos de reforma anteriores, como el de la Ceriajus. Es decir, no hace falta inventar la pólvora, sino aportar coraje para hacer efectivas muchas ideas de reforma previamente planteadas. Es fácil decirlo, pero difícil ponerlo en práctica, ya que nuestros líderes tendrían que asumir un costo político muy alto, no solo porque tendrán que enfrentarse a auténticas mafias, sino también porque luego no podrán ejercer influencia sobre el Poder Judicial en beneficio propio.
La gravedad de esta crisis requiere de auténticos héroes cívicos. Los héroes suelen surgir precisamente en los momentos difíciles. Jorge Basadre afirmó que el Perú pudo superar la gravísima crisis de la guerra con Chile debido a las acciones de “numerosos héroes famosos o anónimos”, que asumieron un alto costo personal en beneficio de la sociedad, del mismo modo que nuestros políticos deben hacerlo ahora.
En estas fechas en que celebramos la fundación de nuestra república, tengamos en cuenta que, a pesar de todos los problemas, el Perú ha sido capaz de superar graves crisis en el pasado, para lo que siempre fue fundamental la acción heroica de muchos peruanos anónimos. Hoy también los hay, entre los millones de mujeres y hombres, e incluso niños, que se esfuerzan por sacar adelante a sus familias y al país con honestidad y buena fe. Invoquemos a nuestras autoridades para que se atrevan a ser valientes como ellos, y a poner las bases de una justicia oportuna e imparcial. No es fácil, pero si lo logran pasarán a la historia con el respeto y la admiración de todos.