Por José Carlos Saavedra, Socio y economista principal de Apoyo Consultoría
El Comercio, 08 de abril de 2018
Políticas intervencionistas e instituciones poco democráticas afectan el progreso de la población
Lo usual en una economía es que la capacidad adquisitiva de la población aumente en el tiempo. Es lo usual y nos acostumbramos a eso, pero no es algo que esté asegurado. Dependiendo de lo que haga o deje de hacer un país, es posible que los ingresos caigan o se estanquen durante décadas, afectando el bienestar de la población.
Piense en países que han pasado por estos largos períodos sin progreso. Probablemente se le vendrán a la mente países africanos o los países latinoamericanos del pasado. Esta asociación tiene mucho sentido, pues de las peores 20 crisis económicas de los últimos 30 años, la mitad ocurrió en África. Por ejemplo, en países como Zimbabue (2008), Sierra Leona (1996), la República Democrática del Congo (2000) y más recientemente en Libia (2016) la producción por habitante –una buena aproximación del ingreso por habitante– cayó más de 50% en una década, como consecuencia de la falta de democracia y guerras civiles. Además, entre 1980 y 1990, el Perú, la Argentina y Bolivia habían reducido su producción por habitante entre 20% y el 30%, debido a la aplicación de políticas intervencionistas y fiscalmente irresponsables, como controles de precios o la proliferación de empresas estatales.
Sin embargo, tener décadas pérdidas no es algo del pasado ni solo de países africanos. Según el FMI, el año pasado cerca de 26 países cumplieron una década sin crecer. De ellos, solo seis son africanos. El desplome del precio del petróleo de US$100 a US$50 el barril entre el 2014 y 2015 generó problemas en seis países de la península arábiga, en Venezuela e incluso en países de elevados ingresos como Noruega. En todos ellos, la producción por habitante ahora es menor que hace 10 años. Además, la irresponsabilidad fiscal de algunos países ha generado crisis de deuda y una década perdida en varios países del Caribe y de Europa, como Grecia, Italia y Chipre.
Así, el pasado y el presente están plagados de ejemplos que nos muestran una receta segura para destruir lo avanzado o estancar el progreso de la población: instituciones poco democráticas, políticas intervencionistas que desconfían del libre mercado (como los controles de precios), un manejo irresponsable de las cuentas públicas o una elevada vulnerabilidad a cambios en los precios de exportación. El caso emblemático para todos es Venezuela, que combinó todas las ‘recetas’ para generar una caída de casi 40% de su producción por habitante en los últimos 10 años.
Lo usual es que los ingresos aumenten, pero pensar que ese crecimiento está asegurado es un error. Por eso, tan importante como identificar qué políticas son necesarias para crecer más rápido lo es el identificar cuáles son las políticas peligrosas, que debemos evitar. Ahora que entramos como país a un nuevo capítulo político, los acuerdos mínimos deberían incluir ambos objetivos. Asegurémonos de tener una democracia que funciona, de resistir la tentación populista de incrementar el gasto público sin pensar en la recaudación, de reducir nuestra vulnerabilidad a los vaivenes de la economía global, y alejémonos de los fantasmas ochenteros, que nos recomiendan políticas intervencionistas para reemplazar el libre mercado.