Se cumple un año del fallecimiento de Jorge Camet Dickman. El importante rol que cumplió Camet como ministro de Economía en el Gobierno de Alberto Fujimori ha merecido justificados reconocimientos. Poco se ha dicho, sin embargo, acerca de la persecución que sufrió a partir de 2001.
El último caso que Camet tenía pendiente, donde fue declarado inocente poco tiempo antes de su muerte, fue solamente uno de los tantos procesos que tuvo que enfrentar. Nos tocó defendernos juntos en dos de ellos, referidos a la negociación de la deuda externa. Durante una de las reuniones que sostuvimos en esos tiempos me mostró un clóset donde guardaba la documentación de los 17 (sí, diecisiete) procesos que se iniciaron en su contra.
El ensañamiento contra Camet nació de la noción de que el Gobierno de Fujimori había sido enteramente corrupto. Los vladivideos nos hicieron ver la corrupción en carne viva y dieron pie a que se construyera la Teoría del Gobierno Corrupto. Para demostrar esa teoría era necesario probar que Camet había sido corrupto, debido a que Camet fue ministro de Economía y Finanzas durante 5 de los 10 años de gobierno de Fujimori. ¿Cómo podía sustentarse la Teoría del Gobierno Corrupto si el principal responsable del manejo del dinero no fue parte de la corrupción?
Como el punto de partida era que todos los que trabajamos para el Estado durante la década de los 90 éramos delincuentes, los procesos contra Camet no partieron de evidencias sino de conjeturas o supuestos. Ese fue el caso, por ejemplo, de la deuda externa donde el Poder Judicial encontró que todas las acusaciones carecían de fundamento. Tampoco se encontró delito alguno, ni mal proceder, en los más de 300 procesos de privatización o las múltiples licitaciones efectuadas en ese período, ni en ningún otro aspecto del manejo económico.
Antes que fomentar la corrupción, por el contrario, el Gobierno de Fujimori redujo las oportunidades de corrupción en el Estado. Por ejemplo, al derogarse los controles de precios, las licencias de importación y el dólar MUC se eliminaron importantes focos de la corrupción que nace de la discrecionalidad de funcionarios. Las privatizaciones eliminaron la posibilidad de usar las empresas públicas para mal administrar sus recursos, emplear a miembros del partido de turno o beneficiar a sus funcionarios antes que al país. En todas estas instancias se redujo el poder del Estado, lo cual es contario a lo que se esperaría de un Gobierno Dictatorial, término que también se aplica al de Fujimori.
Hasta ahora sigue denigrándose a cualquiera que trabajó para el Estado en esa década como si fuera un delincuente. Se sigue denominando al Gobierno de Fujimori como “el más corrupto de la historia” cuando no fue así, como la inocencia de Camet lo demuestra. Después de muchas investigaciones ha quedado claro que la corrupción se concentró en los temas que manejó Montesinos: el ámbito militar, incluyendo compras de armamentos, el tráfico de influencias en el Poder Judicial y pagos a políticos y medios de comunicación.
Mientras no se relate la historia como verdaderamente fue no podrá haber reconciliación en el país. Ojalá el sacrificio de Camet nos haga recapacitar y permita redimir a muchos otros injustamente acusados y que, a pesar de haber sido encontrados inocentes, siguen siendo mirados con sospecha.