Por: Jorge Morelli
Expreso, 15 de mayo de 2019
La iniciativa del presidente de China, Xi Jinping, llamada The Belt and Road o Ruta de la Seda, según el antiguo nombre del camino de hace más de 1,500 años entre Europa y China -que Marco Polo recorrió en 1295 desde Venecia a Constantinopla, a Ormuz y, a través del desierto de Gobi hasta Pekín para volver por mar a través de Malasia y la India hasta Africa y el Mediterráneo-, es hoy un poderoso mensaje a todos los pueblos del mundo.
Italia con sus puertos de Trieste en el Adriático –frente a la antigua Venecia-, de Palermo en Sicilia, y de Génova al pie de los Alpes, y el del Pireo, el antiguo puerto de Atenas, han sido los últimos en sumarse a la Ruta. Y en la costa Este del Adriático también Eslovenia, Croacia, Bosnia, Montenegro, Albania y Macedonia al norte de Grecia. Así como la isla de Malta al sur de Sicilia, en el centro del Mediterráneo. Ese es el primer corredor.
El segundo se halla en el Mar Negro y va aguas arriba del Danubio. A este corredor se han sumado Bulgaria, Rumanía, Serbia, Hungría, Eslovaquia, la República Checa y Polonia hasta el corazón mismo de Europa del Este. Desde su lanzamiento en 2013, China ha invertido en 16 países de Europa oriental 15 mil millones de dólares en autopistas y puentes, ferrocarriles, plantas térmicas, industria pesada y tecnología de comunicaciones.
En la cumbre de Dubrovnik, Croacia, esta semana, el primer ministro chino, Li Keqiang, ha querido calmar la inquietud de la Unión Europea (UE), como lo hizo el propio Xi Jinping en marzo firmando contratos por miles de millones de euros con Francia. La Ruta de la Seda incluye ahora también a Portugal en el Atlántico, al puerto de Rotterdam en Holanda, y a Estonia, Letonia y Lituania en el Mar Báltico. Son 124 países alrededor del planeta hasta la fecha. La Ruta de la Seda unirá en el siglo XXI a 74 naciones de Asia, Europa y Africa.
Para volver al Océano Pacífico desde el Atlántico, sin embargo, la Ruta de la Seda debe atravesar Latinoamérica. Por varios corredores: uno en el Caribe y Centroamérica, donde el acercamiento de China a la República Dominicana y a Panamá es visible. Los otros dos pasan por Sudamérica, por Brasil y el Perú. En la Ruta de la Seda, Chancay será el megapuerto de Sudamérica.
En Sudamérica, un corredor será por el Amazonas hasta Manaos, Iquitos y Yurimaguas en el Marañón para llegar al mar en Paita. El otro vendrá por tren –existe hace décadas, lo recorrí hace más de 40 años- desde Sao Paulo a través del Mato Grosso hasta Santa Cruz en Bolivia, y de allí por carretera a Cochabamba, La Paz y Puno para llegar al mar en Ilo.
Y Paita e Ilo estarán conectados por cabotaje con Chancay. La pieza clave es Chancay. El consorcio chino Cosco Shipping Ports y la minera Volcan firmaron en Davos (Suiza), meses atrás, un contrato para construir el megapuerto de Chancay para la conexión de toda Sudamérica con Asia.
“Es una inversión de 3 mil millones de dólares”, ha anunciado el ministro de Economía. Chancay, con 17 metros de calado, es el puerto de aguas profundas de la costa de Sudamérica. Concentrará la carga que vendrá de China en embarcaciones Triple E, los barcos porta contenedores más grandes del mundo. Habrá en Chancay una zona económica especial donde Huawei ensamblará tecnología de comunicaciones.
Todo esto permitirá sacar la producción del Perú por tren, carretera y vías fluviales y cabotaje, y enviar la que viene de China a Sudamérica. Hacia China irán el cobre, el oro y el litio del Perú, de Bolivia y de Chile, junto con su nueva agricultura de exportación y la soya de Brasil.
Por esto es que China está financiando con préstamos toda la infraestructura de la Ruta de la Seda alrededor del globo. No importa a qué costo. Y Estados Unidos, la Unión Europa, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial están advirtiendo que los países deben tener cuidado con esos préstamos, que luego no podrán pagar. Es una velada referencia al peso geopolítico de China. El Gobierno de Pekín dice, por su parte, que la Ruta de la Seda “refleja la tolerancia, la apertura, la paz y el intercambio de experiencias y de cooperación”.
Es un dilema que tiene que ser considerado cuidadosamente. Los hechos están cambiando la geopolítica global y van a determinar el futuro. Esta es la decisión política principal que el Perú tendrá que tomar en el siglo XXI.