Por: Jorge Morelli
Expreso, 9 de junio de 2019
Expreso, 9 de junio de 2019
Hay tres frentes en el megaconflicto entre China y EE.UU. En cada uno China ha realizado ofensivas impresionantes y las contraofensivas estadounidenses han comenzado. La garra del águila tiene tres dedos, la del dragón también.
El frente más reciente es el de las telecomunicaciones globales. La batalla de Huawei arrecia. EE.UU. ha vetado a la megaempresa china para el comercio entre ambas economías. Le ha cerrado el acceso a componentes importantes de su producción. Ha hecho detener a la CEO de la empresa e hija del dueño, acusada de no respetar el derecho de propiedad. La respuesta china ha sido dar a conocer que abastece la mayor parte del mercado mundial de tierras raras y que podría cortarle a EE.UU. el abastecimiento de 17 elementos químicos que son insumos de la fabricación de tecnología para el siglo XXI, desde celulares 5G hasta misiles. Por ahora, EE.UU. ha postergado la aplicación del veto a Huawei. El frente está en silencio.
En el segundo frente, el proyecto estrella de China es el Cinturón y el Camino inspirado en la antigua Ruta de la Seda entre Asia y Europa, que aspira a construir la infraestructura global del siglo XXI para más de 100 economías emergentes alrededor del planeta, contratando inversiones en decenas de puertos de Asia, África, Medio Oriente, Europa y América Latina, conectando al Perú en el punto central de la costa de Sudamérica en el Pacifico: el futuro megapuerto de Chancay.
La contraofensiva americana hasta el momento es una media luna alrededor de China, formada por Japón, Corea del Sur, Filipinas, Indonesia, Taiwán e India. La contraofensiva más feroz ha sido la aplicación masiva de aranceles a las exportaciones chinas a EE.UU. La lista es larga. El daño a China ha sido enorme. Esta ha logrado posicionarse como defensora del mercado libre ante la decisión estadounidense de atrincherarse en un proteccionismo que aleja a EE.UU. de sus propios aliados, afectados por la decisión política. El frente, no obstante, podría amainar con un cese el fuego provisional.
El tercer frente recién asoma. Es la guerra monetaria. China tomó hace años la decisión de no depender del dólar como moneda de cambio y como reserva de valor. Firma hoy megacontratos de energía en yuanes y ha acumulado paciente y diligentemente oro físico en las bóvedas del banco central. Se habla de 20 mil toneladas en poder del gobierno y otras 18 mil en manos privadas. Se dice que estas podrían respaldar el 70 por ciento de todos los yuanes circulantes. La moneda china aspira a disputarle al dólar en el siglo XXI la exclusividad como moneda de cambio global y como reserva de valor, como hizo el dólar con la libra esterlina hace exactamente cien años. Para esto, se dice, anunciaría en algún momento el respaldo del yuan en oro, que el dólar abandonó en 1971.
De ser así, los bancos centrales del mundo tendrían que elegir entre tener sus reservas en dólares o en yuanes. El arma atómica en este frente es la masiva tenencia en manos chinas de bonos de la deuda norteamericana, cuya eventual venta en el mercado desplomaría el valor del dólar. La contraofensiva norteamericana parece asomar en la posibilidad de una nueva criptomoneda global respaldada por los bancos centrales de EE.UU., de Europa y de Japón. En este frente todo es táctica. Las acciones no han comenzado.
Es posible que la contraofensiva americana detenga el avance de China en cada uno de los tres frentes. Y que en lo sucesivo se instale una especie de paz armada en cada uno de ellos. El hecho es que China está aquí para quedarse. Un mundo bipolar es lo que aparece. Llamarle Guerra Fría sería demasiado porque la cooperación en la competencia prevalecerá con el tiempo. Mientras tanto, las economías emergentes como la nuestra, testigos mudos de estos acontecimientos, tendrán que encontrar cada una su propio equilibrio y su propia cuidadosa amalgama de ingredientes de ambas mitades. No será fácil, pero, como dicen los chinos, toda crisis es una oportunidad.