Por: Jorge Morelli
Expreso, 12 de Setiembre del 2022
Es pasmosa la facilidad con que la oposición pierde de vista sus objetivos políticos para irse detrás de la primera cacería de brujas que la caviarada le pone delante.
Lo que la oposición debía hacer luego de la elección de la Presidencia del Congreso era enfocarse en derogar expeditivamente las dos normas recientes sobre tercerización y sindicalización que han terminado de confundir a trabajadores y empresarios sobre las reglas básicas de su relación.
La oposición debía tener en mente, además, que derogar esas dos normas es insuficiente. Porque no basta con regresar al estado de cosas anterior, que ya era inaceptable. La legislación laboral peruana ha sido convertida en un laberinto cuyo mapa solo algunos poseen, ya sean abogados de empresas (las que pueden pagarlos) o profesionales de la negociación sindical, como el propio Castillo.
La tercerización y la sindicalización necesitan un marco legal bien hecho. Pero la oposición no se ha tomado la molestia de proponer a los trabajadores un proyecto de ley que sea vehículo de una nueva relación -clara y simple- entre el trabajo y el capital. No tiene tiempo para esto.
Lejos de ello, por el contrario, la oposición se va detrás de la oportunidad de censurar a la Mesa Directiva del Congreso sin haberse planteado siquiera cuál es el objetivo político de tal cosa.
Le basta por ahora, quizá, el argumento de que se trata de una cuestión de principios, escondiendo que no es en realidad sino la ocasión de elegir nuevamente a quién poner mañana en Palacio a convocar elecciones adelantadas, en vista de que la elección anterior resultó en lo contrario de lo que la oposición quería. No hay garantía alguna de que el nuevo resultado sea mejor para ella. Lo que ha prevalecido es el argumento de que nunca hay que dejar pasar la oportunidad de mostrar poder enviando a alguien más a la guillotina, a pesar del riesgo de que en una semana la Presidencia del Congreso pueda terminar en manos del oficialismo.
Esta confusión pavorosa es lo que sucede a quienes son incapaces de definir con claridad quién es el enemigo. Un año se ha pasado la oposición creyendo que el enemigo es Castillo y gastando pólvora en su tonto plan de vacar la Presidencia. Ha fallado ya dos veces y, sin haber aprendido, ahí va ahora por la tercera. La censura de la Mesa sino el ensayo general de una jugada de laboratorio que ahora ya no cuenta ni siquiera con el factor sorpresa.
Castillo no es el enemigo. Fiel a su formación política, es un negociador sindical que hoy dice lo que cree que la otra parte quiere oír y mañana se retracta porque cree que ha pedido poco. Pasado mañana se retractará nuevamente si cree que ha ido demasiado lejos y que la negociación puede romperse. Es lo que hace. No sabe más.
El enemigo -no me cansaré de decirlo- es el eje La Habana-Caracas-Evo-Cerrón al que sirve de tonto útil la caviarada, ambos tras el control estatal de los recursos naturales del Perú para sobrevivir en la economía global del siglo XXI.
En cuanto a la oposición, es su propia confusión lo que ha terminado de debilitarla una vez más en beneficio del enemigo.