Por: Jorge Morelli
13 de diciembre de 2020
Es acuciante la pregunta sobre qué es exactamente lo que estamos viviendo.
Tácita y casi unánimemente, damos por hecho que se trata de una especie de mala copia de la revolución bolchevique de hace un siglo en Rusia –Sagasti es el Kerensky-. Y vemos que el Congreso vaca la Presidencia como cortaba cabezas la Revolución Francesa.
Sin duda es peligroso jugar a disfrazar las marchas de los jóvenes de una revolución bolchevique de carnaval, para acabar tomando el poder en medio del caos. Crear esa confusión es un acto deliberado. Las marchas pueden encubrir una demanda de autoritarismo ante el estrepitoso fracaso, una vez más, de nuestra democracia de baja gobernabilidad. Ese es precisamente el plan del enemigo. Ese es el trabajo de los azuzadores pagados e infiltrados para crear el falso escenario de una situación de derechos humanos que es una copia, con sordina, de las tácticas del
Pensamiento Gonzalo en 1983, en Uchuraccay, ante la entrada del Ejército a Ayacucho.
Sin embargo, pienso que el tipo-ideal -como diría Max Weber- de la revolución bolchevique no es el que caracteriza correctamente lo que pasa en el Perú y en Sudamérica. Las marchas no son un remedo del Octubre Rojo.
Los peruanos aún no hallan las palabras para expresarlo, pero su reclamo se dirige contra el Estado para gritarle “¡déjame trabajar, deja de estorbar y de robarme!”. Por eso le grita a la clase política: “no me representas”. “No pones orden, ¿quién manda acá?” no es un grito contra el poder absoluto. Es contra un Estado incapaz de gobernar. Este es el proceso de un parto. Aquí está naciendo algo nuevo.
¿Pero qué?
Pienso que, a pesar de algunos disfuerzos anarquistas, la nuestra es el comienzo de una auténtica revolución burguesa.
Confundirse al respecto no es una novedad. Apenas meses después del 14 de julio de 1789, un joven parisino escribió al filósofo inglés Edmund Burke preguntándole por lo que suponía eran grandes similitudes entre la Revolución Francesa y la Revolución Gloriosa, la inglesa de 1688, un siglo antes, que sentó las bases de la monarquía parlamentaria en Inglaterra y con ella los cimientos de una burguesía que produciría la Revolución Industrial. Burke contestó en su Carta a un Joven de París de noviembre de 1790, hace 230 años -antes de que existiera una república en el Perú- que la diferencia se hallaba en la esencia misma. Mientras Francia en su Revolución había destruido las instituciones políticas para comenzar desde cero, en Inglaterra la Revolución Gloriosa había construido una nueva institución política evitando la trampa de comenzar de nuevo.
Para ilustrar el punto con humor, añadió que se debe desconfiar de los franceses porque, lejos de cultivar un jardín según su disposición natural, allanan la tierra y, como en Versalles, hacen geometrías sobre ella.