Por: Janice Seinfeld
El Comercio, 14 de abril de 2020
Si existe hoy un tema que es realmente global para los ciudadanos, los gobiernos y la agenda mediática es el COVID-19. Millones de mentes analizando cómo llegamos a esta situación tan compleja, cómo salir de ella y qué lecciones extraer. Cuando una experiencia tiene este grado inédito de colectividad, algo debemos aprender, ¿no?
En el 2015, en su ya famosa charla TED, Bill Gates anticipaba que el próximo gran riesgo global sería una pandemia causada por un virus muy infeccioso que se propagaría rápidamente por todo el mundo y contra el que no estaríamos listos para luchar. Dado lo acertado de su pronóstico, conviene escuchar lo que el multimillonario empresario y filántropo ha dicho hace pocos días. Básicamente, que necesitamos trabajar en prevención, pero –y esta es la clave del mensaje, por obvia que pueda parecer– que requerimos hacerlo de forma conjunta desde los distintos sectores de la sociedad.
La Fundación Bill y Melinda Gates viene años invirtiendo en el estudio de brotes epidémicos. Y ahora está financiando a diferentes equipos de investigadores para encontrar la vacuna contra el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19. Una inversión de esta envergadura no la podría hacer un solo Gobierno porque, dado que muchos laboratorios que se encuentran abocados a esta tarea no tendrán éxito, sería acusado de despilfarrar recursos públicos. Tampoco podría embarcarse en esta tarea la empresa privada, pues los elevados costos de investigación y los altos riesgos de fracaso no la harían rentable. Pero desde la filantropía esto sí es posible, siempre de la mano de la ciencia y la academia. Tener a varios laboratorios trabajando en simultáneo, muchos de ellos en una lógica de red, permitirá minimizar el daño ya de por sí inconmensurable de esta pandemia. El que descubra la vacuna estará en capacidad de inmediatamente activar su producción junto con los otros y, así, inmunizar cuanto antes a la mayor cantidad de personas en el mundo.
En Alemania, investigadores del Servicio de Donación de Sangre de la Cruz Roja Alemana y del Instituto de Virología Médica de la Universidad Goethe han desarrollado un procedimiento para detectar el virus realizando ‘pool testings’ o pruebas en grupo, lo que permite multiplicar la capacidad de diagnóstico. Y eso es justamente lo que se requiere en este momento: poder evaluar a grandes poblaciones para dimensionar la extensión de la infección y determinar cuánta gente es asintomática y cuánta está ya inmunizada.
En cuanto a organismos multilaterales, mientras el Banco Interamericano de Desarrollo ofrece apoyo financiero a los países que así lo requieran para monitorear, hacer pruebas de laboratorio y fortalecer sus servicios de salud pública, la Organización Mundial de la Salud está trabajando en protocolos por seguir.
El historiador Yuval Harari sostiene que necesitamos un espíritu de cooperación y confianza mundial y un plan de acción conjunto, porque tanto la pandemia como la crisis económica resultante son problemas globales. Sociedades donde se comparta información confiable transversalmente, pero también entre países. Y líderes que –contrariamente a lo que vemos hoy en políticos de toda tendencia ideológica– usen el conocimiento con sentido común y apuesten por reconstruir la confianza de la gente en la ciencia, los medios de comunicación y las instituciones.
Este virus nos ha mostrado que los sectores público y privado pueden actuar juntos, cada quien desde su rol: el público, articulando para dar acceso masivo al diagnóstico y la cobertura de servicios, y el privado, buscando la mayor eficiencia de los distintos servicios requeridos. “Tenemos que encontrar una forma de unirnos”, dijo enfática la semana pasada la titular del Comando COVID-19, Pilar Mazzetti, a autoridades de la Macrorregión Sur.
Este virus también nos ha confirmado que trabajar de forma desarticulada en un mundo tan interconectado como el actual es un sinsentido. Confirámosle valor a toda labor, porque cada una es un engranaje vital de la sociedad. Empecemos por reconocer a aquellas autoridades que nos dicen la verdad, que actúan con corrección y velan por el bien común, y rechacemos a aquellas con el perfil al que, por desidia, nos hemos acostumbrado. Seamos ciudadanos comprometidos, empoderados y responsables. Pensemos en el bienestar del otro. Y trabajemos para que estos cambios sustanciales se vuelvan permanentes.
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