Jaime de Althaus
El Comercio, 25 de enero del 2025
Trump hace bien en afirmar los valores tradicionales de la familia, del trabajo y de la igualdad ante la ley, pero se olvida de que Estados Unidos fue el campeón de la libertad y del libre mercado.
Donald Trump encarna la reacción conservadora de la sociedad estadounidense frente a esa suerte de dictadura ideológica ‘woke’ o progresista que en las últimas dos décadas llegó al extremo de cancelar cualquier opinión distinta en las universidades, en los medios, en las empresas y en cualquier institución. Pero, así como quiere recuperar los valores tradicionales de la sociedad estadounidense, también quiere recuperar una estructura productiva tradicional basada en la manufactura y el petróleo que ya no es competitiva, para lo que anuncia levantar aún más barreras proteccionistas.
Es un error. No solo encarecerá el consumo de los estadounidenses y los insumos para las industrias, sino que la economía en Estados Unidos perderá competitividad porque parte de la inversión se dirigirá no a innovar o a áreas nuevas para competir mejor en un mercado abierto, sino a sectores viables solo en virtud de estar protegidos. Así “América” no será grande nuevamente, sino más pequeña.
Trump es conservador, pero no es liberal. Su llamado en Davos a las empresas de todo el mundo a fabricar sus productos en Estados Unidos porque, de lo contrario, tendrán que pagar aranceles parece sacado de un manual mercantilista del siglo XVIII. El problema para nosotros es que agravará una carrera proteccionista que golpeará el comercio global y, por ende, la demanda de nuestros productos.
Javier Milei ha querido defenderlo argumentando que no es que Trump sea proteccionista, “sino que su política comercial es parte de su estrategia geopolítica. Es una herramienta de geopolítica”. Pero el efecto es el mismo. El gran rival geopolítico es China. Usar esa herramienta contra China golpea el comercio mundial. Solo se justifica si realmente hay ‘dumping’. Va a imponer aranceles de 25% a México y Canadá para castigarlos por la inmigración y el tráfico de drogas, pero la verdad es que en esos países se producen automóviles y otros bienes cuyas industrias Trump quiere recuperar.
La manera de competir con China es estimular el innato espíritu innovador estadounidense, lo que no se logra con protección, sino con libertad económica y competencia. Lo contradictorio es que esto es lo que busca con la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental, cuyos objetivos son reducir gastos y desregular la economía. Pero ¿para qué desregular la economía si no es para competir sin trabas ni cargas en una economía abierta?
Usar los aranceles como arma geopolítica solo lleva a perder la guerra de la competitividad. Y no le ayuda a convertirse en el gran “pacificador y unificador” del planeta, como anuncia. En cambio, sí puede usar su poder para reducir el riesgo geopolítico global como ya ha hecho en Gaza y puede hacer forzando el fin de la guerra en Ucrania.
Trump hace bien en afirmar los valores tradicionales de la familia, del trabajo esforzado y de la igualdad ante la ley, pero se olvida de que Estados Unidos fue, sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial, el campeón de la libertad en general y del libre mercado en particular. El Partido Republicano era tradicionalmente defensor del libre comercio global. Ese valor también debería recuperarlo.