Entrevista a Jaime de Althaus
Expreso, 4 de marzo del 2025
Raúl Chanamé
Raúl Chanamé: Don Jaime de Althaus, ¿cuál es su reflexión sobre la derecha en el Perú?
Jaime de Althaus: La derecha en el Perú es muy precaria. En realidad, ha sido una derecha relativamente vergonzante. Recién ahora acepta autonombrarse como centroderecha. Nadie todavía se atreve a titularse como de derecha. Recordemos que hasta Dionisio Romero se llegó a considerar de «centroizquierda», quizás para resaltar que poseía cierta sensibilidad social. Por lo menos hasta los 90, las ideas socialistas tenían hegemonía. Se estigmatizaba la propiedad, la empresa y el capital. Además, este sector fue muy golpeado por Velasco y su programa estatista.
Ch: ¿Crees que existe un complejo de inferioridad debido a que ésta es asociada con el autoritarismo?
A.: Lo que tuvo es un perfil bajo por temor a las expropiaciones y por su rentismo. Con Velasco se puso en marcha el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y el proteccionismo. La clase empresarial que sobrevivió a las consecuencias del gobierno militar, lo hizo gracias a este modelo. Estos empresarios obtenían sus ganancias en los pasillos de los ministerios y no en la competencia del libre mercado. Esto cambió por completo a partir de los 90, con un modelo abierto y competitivo, donde se privatizan las empresas públicas. En teoría, a partir de este momento, el empresariado debería sentirse con la autoridad moral y entereza de salir a dar su propia batalla. Sus ingresos no solo son producto de su eficiencia en el mercado, sino que generan bienestar en el resto de la sociedad. Pero la derecha empresarial no termina de entender que el capitalismo democrático es el mejor programa social, pues reduce la pobreza y la desigualdad. En una economía de mercado nadie puede crecer si todos no crecen. No es un juego de suma cero.
Ch.: ¿Se podría decir que hay una derecha mercantil que pugna con una derecha liberal?
A.: Esa derecha mercantilista fue barrida a partir de los 90. Pueden existir excepciones, quizás en el mundo de la obra pública, pero en el resto de ámbitos ya no ocurre. Vemos una evolución hacia un pensamiento empresarial mucho más liberal, pero no tiene una expresión política. No hay un partido que lo represente. En general el empresariado no ha dado la batalla ideológica o política para defender sus valores. Cuando la CONFIEP se aventuró, a hacerlo, impulsando una campaña por televisión y radio en defensa del modelo, esto sirvió para que el fiscal José Domingo Pérez los acuse de financiar la campaña de Keiko Fujimori. Es decir, cuando se atrevieron a asumir su rol de clase dirigente para infundir los valores de la economía de mercado a la sociedad peruana, fueron castigados judicialmente.
Ch.: En el Perú, hay un capitalismo informal que se identifica electoralmente con la izquierda.
¿Cómo resolver esa contradicción?
A.: El Perú es sociológicamente liberal, capitalista, porque todos son emprendedores, comerciantes, productores, etc. Pero ideológicamente tiende a tener reflejos de izquierda. Prevalece una cultura socialista que ha sido infundida en las escuelas públicas por profesores de Patria Roja desde hace 50 años. En las escuelas públicas no se enseña el capítulo económico de la Constitución; en su lugar, se prejuzga que las grandes empresas son «explotadoras» y se llevan la riqueza fuera del país. Ello debido a que la derecha empresarial no ha dado la batalla cultural. Esto hubiera podido cambiar si es que el fujimorismo se convertía en la gran derecha popular. Alberto Fujimori de alguna manera encarnó ese capitalismo, representó a los emergentes y al mismo tiempo impulsó la economía de mercado formal. Desgraciadamente, su gobierno cometió el error de pretender perpetuarse en el poder, controlando instituciones y comprando a la prensa.
Ch.: ¿Cómo entender esta derecha modernizadora en la economía, pero con tentación estatista?
A.: No hay mayor contradicción. El votante popular en el fondo es autoritario, participa en el mercado, pero lo que quiere es seguridad. La seguridad es fundamental para poder crecer en el mercado. El problema de Perú es que la formalidad es excluyente. No permite la inclusión de los peruanos emergentes. Es una formalidad demasiado costosa y complicada, que no nace de la realidad, sino que trata de imponerse a ella. La gran bandera de una derecha liberal debería ser esa: una reforma radical de la formalidad. Un gran programa de libertad económica, de desregulación profunda de la economía para incluir a todos. Hugo Neira conceptualiza asía la «lumpen-burguesía», que se manifiesta en la compra de congresistas y estos proponen leyes que tienden a defender hasta la minería ilegal. Entonces, la función de una derecha política moderna debería ser canalizar esa emergencia económica importante hacia una república formal. Para eso tienes que dinamitar la formalidad tal como existe.
Ch.: ¿Por qué se asocian sectores religiosos con la derecha política?
A.: Ante la ausencia del Estado, la religión y la familia juegan un papel muy importante para los peruanos, son su refugio. La religión es fundamental como red de apoyo mutuo entre los individuos, sobre todo la protestante. Y frente a esa ausencia, ineficiencia y hasta persecución del Estado, ven su incursión en la política como necesaria. En ese sentido, hay una derecha atomizada -que se expresa en varios partidos y líderes y que es más conservadora que liberal. Por ejemplo, Renovación Popular con López Aliaga, que es del Opus Dei; Avanza País, con Phillip Butters, un hombre muy católico; y en cierta medida Fuerza Popular, el PPC y el APRA. Esa derecha, sin ser verdaderamente popular, conecta con el pueblo a través de estos mensajes conservadores, religiosos, y sobre todo a través de la demanda de ley y orden, que va a ser seguramente el leitmotiv en las elecciones de 2026. Ley y orden; familia y religión. Son mensajes básicamente conservadores. Pero lo que se requiere además es una batalla cultural. Para lograr un populismo liberal como el de Milei, tienes que identificar claramente al enemigo: el Estado y sus regulaciones. Esa batalla todavía no se ha dado, pero el país ya está listo. El Perú es sociológicamente liberal porque es emprendedor. Como diría Carlos Marx, es cuestión de alcanzar la «autoconciencia de clase.»
Ch.: ¿Cómo explicar que un candidato conservador como López Aliaga conecte con un sectores populares y juveniles?
A.: Esta ola de popularidad de López Aliaga puede explicarse gracias a sus estrategias de comunicación política. Haberse asociado a este influencer global conocido como «Speed» fue una jugada bien inteligente. Al mismo tiempo tiene un estilo sencillo, y el propio apelativo de «Porky» le ayuda a llegar a esos segmentos. Por otro lado, está combinando bien una conexión con las necesidades económicas y la demanda de orden por parte del pueblo. Por ejemplo, su programa de agua para los cerros que se ejecuta gracias a donaciones privadas, pero también con el aporte de Sedapal, ya está llegando a una cantidad importante de personas. Eso equivale a las famosas escaleras de Castañeda. Entonces, vemos una vinculación con las necesidades populares más profundas. Por otro lado, avanza en obras como la vía Expresa Sur por la fuerza. Simplemente lleva al ejército y derriba las construcciones que estaban ilegítimamente instaladas en la linea reservada para la vía expresa para poder continuar el trabajo. Entonces da una demostración de fuerza, que tiene liderazgo y hace las cosas. La fuerza es algo que la gente está valorando cada vez más por la situación que vivimos respecto a la inseguridad ciudadana. Él ha logrado juntar todos esos factores.
Ch.: En 2016la derecha llegó a la presidencia y parlamento, pero no pudo gobernar. ¿Qué ocurrió?
A.: Esa elección debió haberla ganado Keiko Fujimori. Tenía 73 congresistas, la mayoría absoluta del Congreso. Entonces era lógico que quien tuviera el Ejecutivo tuviera el Congreso. Pero se produce la trampa mortal cuando obtienes el Ejecutivo y careces bancada en el Congreso (PPK). Eso siempre en el Perú ha producido un rompimiento constitucional, que es lo que terminó ocurriendo. Una confrontación de poderes que terminó mal.
Ch.: A ello se le suma el activismo judicial de izquierda.
A.: Aquí lo que se ha producido es la politización de la justicia, que ha influido por ese activismo que procede de una ONG en particular, que ha logrado penetrar el sistema judicial. Ello, sumado al populismo político de Vizcarra, produjo esta politización judicial que terminó metiendo a la cárcel a líderes políticos y produciendo incluso el suicidio de uno de ellos. Esto ha destruido parte de la clase política del país, lo cual hizo posible que ganara alguien tan improbable como Pedro Castillo en 2021, porque todas las alternativas habían sido desprestigiadas absolutamente. Keiko Fujimori, tres veces en la cárcel sin sentencia, para todo el mundo era una corrupta, cuando ni siquiera había gobernado o manejado un solo sol del erario público. Esto ha producido una reacción en este Congreso una alianza anticaviar, en la que se juntan izquierdas y derechas, porque ven en el Ministerio Público y el sistema judicial algo peligroso para la política. En algunos casos, evidentemente están buscando impunidad; por ejemplo, Perú Libre con Cerrón. Pero en otros casos es una reacción legítima contra los abusos cometidos por el sistema judicial contra políticos sin razón de ser. Las donaciones de campaña no eran delito, y se quiso forzar la figura del «lavado de activos», que tampoco correspondía. Entonces se utilizó todo eso para meter a la cárcel, para considerar a las organizaciones políticas como «organizaciones criminales» y se destruyó parte importante de la clase política, en una democracia que ya era endeble. Ahora evidenciamos esta reacción anticaviar o conservadora. Es una lucha que no termina, una anarquía que está destruyendo la institucionalidad.
Ch.: ¿Cómo configuras el escenario electoral de 2026 para esta derecha variopinta?
A.: Cada propuesta política va a ir por su lado, pese a que en realidad tienen bastante en común. Renovación Popular, Avanza País, Fuerza Popular, el PPC, el APRA y otros partidos están apostando todos por pasar a la segunda vuelta. Sin aproximaciones para con formar alianzas. Yo he propuesto que lo que deberían hacer es ponerse de acuerdo en convertir la primera vuelta en una suerte de elección primaria. Es decir, que aquel que pase a la segunda reciba el apoyo de todos los demás. No solamente el apoyo para ganar la segunda vuelta, sino para gobernar, para formar una coalición de gobierno en el Congreso. Aparte de ello, deberían tratar de ponerse de acuerdo en un programa básico, que no necesariamente implique que vayan en alianza, de modo tal que quien llegue lo ejecute. Están avanzando en el tema de seguridad, ha habido foros y talleres entre varios de estos partidos para proponer una política de lucha contra la criminalidad, lo cual sería un avance, esa sería su oportunidad.
Ch.: ¿El resurgimiento de la derecha global influye en nuestro país?
A.: Sin duda influye. También son fenómenos coincidentes, porque lo mismo está ocurriendo a nivel global. En todo el mundo hay problemas de inseguridad, económicos o migratorios que generan la aparición de una propuesta política de derecha. Acá son los problemas de inseguridad, de la criminalidad creciente. No es exactamente lo mismo que en el norte del continente, pero esos problemas cumplen el mismo rol funcional: generar que tiende a ser derecha. Por ejemplo, Milei puede tener una influencia bien interesante en el Perú, si es que la derecha empresarial o la derecha liberal peruana es capaz de difundir bien a nivel social las propuestas, resultados y éxitos del presidente argentino. Milei ha logrado algo que parecía imposible: ha hecho populismo liberal, pero inocuo desde el punto de vista fiscal. Es un populista porque pone al pueblo frente a una élite explotadora. ¿Cuál es esa élite? Es la casta política, sindical y empresarial, porque incluso en Argentina también hay mucho empresario que vive de la protección del Estado. Claro está que su carisma y personalidad le ayudan mucho en esa tarea: Acá debería ocurrir algo similar. Alguien debe tener el poder verbal para explicar que aquí el gran enemigo no es la empresa ni el capitalismo; sino las regulaciones de un Estado burocratizado, que vive de la recaudación fiscal y ha dejado de servir al pueblo.