El politólogo norteamericano Steven Levitsky ha calificado de histérica y engreída a la élite limeña por la reacción que tuvo frente al intento de reestatización de Repsol y la ha acusado de un “fundamentalismo neoliberal” que no se ve en otras partes. Bueno, no debe ser casualidad que en otras partes la economía no haya crecido tanto y con tan poca inflación como en el Perú en los últimos diez años. Como no lo es que en Venezuela no haya ni papel higiénico.
Por eso es que los retrocesos no parecen buena idea. No es que la engreída élite no quiera un equilibrio entre Estado y mercado. Lo que no quiere es un punto medio entre el Estado velasquista y el actual. No quiere regresar a un Estado empresario o medio empresario. Para que haya equilibrio con el mercado, el Estado no puede ser jugador y árbitro a la vez. Eso es el desequilibrio por definición. Y para que sea fuerte debe permitir que el sector privado prospere a fin de recaudar más para redistribuir en mejor educación, justicia, seguridad e infraestructura.
Nadie niega la necesidad de la intervención del Estado. La pregunta es en qué: ¿Cómo empresario o como regulador y proveedor de servicios básicos de calidad, para asegurar igualdad de oportunidades? El Estado populista era fuerte en empresas y débil en regulación y servicios. El Estado (¿liberal?) actual es débil en empresas (todavía 5,6% del PBI) y más fuerte en regulación y servicios, aunque le falta mucho. Y quien reclama más y mejor Estado (reformas meritocráticas, etc.) en esos servicios, es el sector liberal. Y lo reclama sobre todo la población del interior del país, víctima del pésimo Estado.
El Estado actual es más fuerte que el Estado populista anterior precisamente en todo lo que tiene que ver con regulación económica. El BCR, la Sunat y otros reguladores son muy fuertes ahora y ya no están mediatizados. El Estado actual es menos capturable y cobra mucho más impuesto a la renta como proporción del PBI que el populista anterior. Por eso puede hacer mejor redistribución.
Nadie se opone a la promoción industrial si esta consiste en incentivos a la investigación y capacitación, eliminación de trabas y cuellos de botella y dotación de facilidades urbanas para articular mejor cadenas, etc. Lo que no se quiere es proteccionismo arancelario. Hemos optado por el libre comercio. Si el politólogo cree que hay que regresar al proteccionismo, que lo defienda abiertamente.
Pero ese es el problema. Levitsky no argumenta en los temas mismos. Solo califica. Disfraza su posición ideológica en el ropaje del análisis politológico comparativo. De esa manera, se exime de fundamentarla con argumentos sustantivos. En lugar de explicar por qué sería necesario regresar al Estado empresario o repotenciar Petro-Perú como monopolio, por ejemplo, califica de fundamentalistas neoliberales a quienes, esgrimiendo razones, se oponen a ese retroceso. Se coloca como aséptico observador externo, y desde allí da lecciones de moderación ideológica y de democracia, cuando en realidad está defendiendo una posición en el debate nacional. Debería asumirla, explicitarla, pues lo contrario no parece muy honesto intelectualmente.