¡Cuán precaria puede ser la institucionalidad política y económica en el país! De pronto, lo que parecían consensos básicos sobre democracia y economía de mercado se desvanecen y da la impresión de que cualquier cosa puede pasar.
Cuando se suponía que la experiencia de Fujimori había inoculado en el país el anticuerpo contra el mal de la perpetuación en el poder, al punto que la propia Constitución fue modificada para prohibir la reelección inmediata, ocurre que oficialistas pretenden burlar este precepto afirmando sin pudor su opinión a favor de la reelección conyugal, un juego de postas maritales que podría durar indefinidamente hasta ceder a la tentación de controlarlo todo.
Y cuando se suponía también que los desastres ocasionados por el estatismo de Velasco Alvarado y del primer gobierno de García, así como, por el contrario, el crecimiento alto y sostenido que tenemos a partir del momento en que la economía se abrió y privatizó, habían afirmado el convencimiento de que la economía de mercado basada en la libre competencia y la inversión privada es el camino que debemos mantener, sucede que el gobierno decide efectuar una oferta por la compra de Repsol para que Petro-Perú recupere el monopolio absoluto de los combustibles en el país, lo que se suma a otras facilidades para que participe en el gasoducto del sur, en la petroquímica y en la explotación de los lotes petroleros.
Si juntamos las dos cosas, tenemos la combinación letal que puede llevarnos al destructivo populismo autocrático del que nos creíamos definitiva y felizmente apartados. ¿Qué impediría a un gobierno de ese tipo usar su poderosa y monopólica empresa petrolera estatal para subsidiar los combustibles por razones políticas? ¿O emprender aventuras empresariales ruinosas? Lo que interesa no es tener una megaempresa petrolera, sino una megaproducción petrolera. El poder nacional no se encarna en una empresa pública, sino en el tamaño de la economía.
Queremos la alternancia en el poder entre partidos políticos institucionalizadas y comprometidos con la democracia. Eso es lo que necesitamos y pedimos, pero al mismo tiempo vemos que bolsones del Ejecutivo que el Partido Aprista manejó directamente en el gobierno anterior –como la oficina de gracias presidenciales– se convirtieron por lo general en nidos de corrupción.
Esta es una pus que felizmente ha saltado, aunque tengamos que mantener la hipótesis preventiva de que el propósito del gobierno en develar estos hechos haya podido ser desprestigiar indirectamente a la “partidocracia” para despejar el campo al proyecto continuista.
Es un círculo vicioso. Partidos famélicos no tienen los técnicos para manejar el gobierno y montan argollas de corrupción. Se desprestigian y desprestigian a la democracia, encumbrando autoritarismos. Se necesita una extraordinaria voluntad política compartida para recrear un sistema de partidos funcional. Lo primero es aprender de la historia para no socavarla con tentaciones autoritarias o continuistas. Lo segundo es aprobar las reformas políticas correspondientes, como la de subir la valla a las alianzas y pasar a un sistema de distritos electorales unipersonales, de una vez por todas. Y, en el Ejecutivo, avanzar la meritocracia y profesionalización del servicio civil. Todo eso se puede hacer.