Es muy difícil que las empresas desarrollen proyectos si hay movimientos pre insurreccionales en contra de ellas. Si los proyectos han cumplido con todos los procedimientos legales, e incluso hasta con la ‘licencia social’ del área de influencia, pero solo pueden ser ejecutados por la fuerza, corren el riesgo de que pueda haber víctimas fatales, que algunos buscan, por supuesto. Por eso, es cierto, la única salida es el diálogo. Y resulta inaudito que el gobierno no haya podido sentarse hasta ahora con el presidente Regional de Cajamarca, Gregorio Santos, para discutir las condiciones de Conga.
Es un fracaso de todas las dimensiones de la democracia. De la democracia liberal, para comenzar. En ésta gobierna la ley: nadie está por encima de ella. Es la garantía de que nadie abusará de su poder ni impondrá su voluntad arbitraria, y, por lo tanto, de que los derechos de todos serán protegidos. Esto vale para el gobernante, para la empresa y para cualquier organización social o política. Si un grupo desafía la ley y se organiza para imposibilitar una decisión legalmente adoptada, está cometiendo un abuso que atenta contra las reglas básicas de la democracia liberal, moderna.
Pero, claro, ese grupo se ampara, falazmente pero se ampara, no en la democracia liberal sino en otra dimensión de la democracia, que es la voluntad de la (supuesta) ‘mayoría’, que puede imponerse por la fuerza sin respetar los derechos de la minoría, incluso acallando y golpeando a quienes disienten y osan expresarlo. Es lo que Locke llamaba la dictadura de la mayoría. Este concepto de democracia alberga claramente un contenido no liberal. Es el poder del demos, como diría O’Donnell, poco respetuoso de los derechos del individuo. Es la democracia directa griega, la sicología social del ágora, de la asamblea popular. Es la democracia primitiva.
Sin embargo, esa noción de democracia, que corresponde a escalas sociales más pequeñas, persiste todavía como un sustrato en nuestra concepción general de democracia y está vigente socialmente en el país. Cuando sube de escala social, adquiere la forma de un autoritarismo competitivo.
Entonces, cuando ambas dimensiones de la democracia entran en abierta colisión, la única manera de resolver el entrampamiento es, efectivamente, mediante el diálogo. Pero éste, a su vez, es posible solo cuando estamos ante una colisión auténtica entre estos dos tipos de democracia. Es lógico que haya percepciones e intereses distintos entre el nivel nacional y el local, y que estas diferencias puedan resolverse en un diálogo racional que permita a cada uno entender la lógica del otro.
Pero, ¿qué pasa cuando detrás de una de las partes hay un proyecto político refundacional (que cuestiona, precisamente, componentes de la democracia liberal) o fundamentalismos a los que no les interesa un diálogo en el que las distancias se acorten? Y si se ha construido un capital político en la confrontación, abandonarla será difícil, salvo que otros sectores empiecen a difundir mensajes que vayan cambiando la percepción original en la población hacia las ventajas que traería el proyecto. Tarea compleja que corresponde al Ejecutivo y a todos los grupos políticos que defienden la democracia liberal.
Si se quiere cambiar el “modelo neoliberal” o el “modelo extractivista” o no se quiere minería en el Perú, lo que debe hacer quien así piensa es ganar las elecciones nacionales y tener suficiente mayoría en el Congreso para cambiar la Constitución y las leyes al respecto. Hacerlo por la fuerza no es democrático y menos aun constitucional.
El gobierno carece de partido y la aguda fragmentación política existente dificulta la comunicación y el diálogo entre autoridades y políticos nacionales, regionales y locales. Conseguir el diálogo con el presidente regional de Cajamarca debe ser una tarea encomendada a personalidades neutrales de muy alto nivel.