Estamos ante un Papa no convencional. En su primera homilía ha pedido, en buena cuenta, que la Iglesia recupere su esencia espiritual. Volver a la idea del ejemplo, del servicio. Su estilo de hombre sencillo, frugal y cálido quizá sea lo que necesita la Iglesia. Sería un gran aporte que el catolicismo virara hacia un mensaje de amor auténtico, menos centrado en el cumplimiento de formas como las de no comulgar sin confesión previa o en excluir de los sacramentos a los divorciados, por ejemplo.
Hay quienes piensan, sin embargo, que el aporte del nuevo Papa estará determinado más bien por el hecho de ser latinoamericano, que implica que está “empapado de la pobreza y de la contradicción con el sistema económico mundial” (Padre Juan Dejo). No le falta razón, pero al revés: son los países que están en contradicción con el sistema económico mundial los que se empobrecen. Los que se integraron y lo aprovecharon, por el contrario, han salido de la pobreza o van camino de ello.
El padre Dejo repite conceptos de la encíclica “Populorum Progressio” (1967) que sentencia que el libre intercambio entre países industrializados y países pobres termina en que “los pueblos pobres permanecen siempre pobres y los ricos se hacen cada vez más ricos” (57), y que el libre mercado aumenta las riquezas de los ricos y confirma la miseria de los pobres (33).
Pero en el Perú la pobreza se ha reducido a la mitad en una década y la propia desigualdad, todavía muy acentuada, disminuye (índice Gini). En el mundo, el economista Sala y Martin demuestra cómo la distancia entre los países ricos y los pobres se ha acortado con la emergencia del Asia y América Latina. El padre jesuita Juan Julio Wicht, que en paz descanse, entendía perfectamente estas cosas. El era economista.
El papa Francisco puede aportar mucho si logra despertar, en los ricos, el desprendimiento, el rechazo a la injusticia y la caridad individual o empresarial.
El problema comienza cuando se postula que no basta con la caridad individual sino que hay que pasar a la “caridad social”: cambiar las estructuras.
Por supuesto que sí. Pero qué estructuras, cómo. La encíclica “Deus Caritas Est” de Benedicto XVI afirma que la sociedad justa no es obra de la fe sino de la política, aunque la fe sirve para purificar la razón a fin de que lo que es justo pueda ser reconocido. Pero, nos preguntamos, ¿lo que es justo como resultado, o como medio para llegar al resultado?
Presumimos que se trata de lo primero, aunque en la otra encíclica recuerda que la causa del subdesarrollo es “la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”.
Nuevamente, ¿estamos aquí hablando de fraternidad como actitud individual, tributación o política de expropiación? La respuesta está en la “Deus est Caritas”: “Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen”.
O, en “Caritas in Veritate”: “Solo en un régimen de libertad responsable (se) puede crecer de manera adecuada”.