Jaime de Althaus, Antropólogo y periodista
El Comercio, 11 de noviembre de 2016
Resulta que en Estados Unidos había un fondo de rechazo muy grande a la apertura, a la competencia y a lo distinto. Trump ha movilizado la percepción de que los tratados de libre comercio (TLC) con los países emergentes les han quitado empresas y empleos, y que las fronteras abiertas a la inmigración han conducido a una invasión de latinos, musulmanes y otros grupos indeseables, que también les quitan empleos o usurpan los servicios públicos o son directamente delincuentes.
Lo curioso es que el principal aliado del pensamiento Trump en nuestros países, y particularmente en el Perú, es la izquierda, que se opuso y se sigue oponiendo a cualquier TLC con Estados Unidos. Ahora la oposición es al Acuerdo Transpacífico (TPP), contra el cual Trump arremetió innumerables veces y que sin duda, para solaz de nuestra izquierda y perjuicio para nuestro país, quedó enterrado luego de la victoria del aislacionista.
Siempre fue claro, para cualquiera con dos dedos de frente, que los TLC con países más avanzados nos favorecen en la medida en que nuestros productos no tradicionales pueden ingresar con arancel cero, compitiendo con ventaja contra productos de otros países que no tuvieran TLC o contra las industrias de esos mismos países avanzados que no hubiesen precisamente migrado a los países emergentes para exportar desde allí a sus países de origen.
Mientras Trump y sus seguidores ven en los TLC un mecanismo para acelerar la “deslocalización” de las industrias norteamericanas, algo que favorece a los países emergentes, acá la izquierda sigue viendo en los TLC ¡un instrumento del imperialismo norteamericano!
En lo que no tiene razón Trump, es en pensar que ese proceso de deslocalización es negativo –pues el comercio no es un juego de suma cero– ni que sea la causa del malestar de quienes votaron por él. En Estados Unidos hay prácticamente pleno empleo. Lo que ha ocurrido es que la vieja industria que se ha ido a tierras menos desarrolladas ha sido reemplazada por una economía de servicios y de tecnologías avanzadas que beneficia a los educados en ellas, incrementando la desigualdad. En lugar de proponer una reforma educativa y programas de entrenamiento para los rezagados, quiere el presidente electo regresar al pasado imposible de la industria tradicional, con el peligro de ocasionar el colapso del comercio mundial. Para felicidad, una vez más, de nuestra inefable izquierda.
Ante esa amenaza, nuestra dirigencia nacional tiene que responder con un acuerdo político para profundizar las reformas institucionales y de mercado –pues tenemos que ser más competitivos que nunca–, y abanderar, en la APEC, la causa del libre comercio mundial. Se requiere que el presidente Kuczynski y Keiko Fujimori tengan la capacidad de sentarse a acordar la suprema agenda nacional. No hay excusa para no hacerlo, porque basta cotejar ambos planes de gobierno para extraer las coincidencias. Se trata solo de poner al país primero.