Jaime Bedoya, Periodista
El Comercio, 21 de enero de 2017
En realidad la maravilla de la naturaleza no es el huevo, cuerpo ovalado rico en proteínas cuyo mayor mérito es salir eyectado de una gallina sin mayor esfuerzo de su parte. Qué fácil. Con ese empaque ya tiene la mitad de la vida resuelta.
Tal distinción natural debería corresponderle al cerdo, generoso y simpático mamífero castigado con extremidades ridículamente breves y esforzada respiración, sesgadamente vinculado con la porquería y el mal vivir. Su vida no es sino un chiquero cuesta arriba.
Nada se desperdicia de este animal. Desde sus orejas hasta su ensortijada cola todo el chancho tiene un propósito, ya sea con un destino fi nal propio de lo alimenticio o de las subestimadas artes de la marroquinería. ¡Cuántas obras clásicas de la pintura le deben su existencia a un pincel hecho de pelo de chancho!
Y entre todo lo que del chancho es chancho y por ende aprovechable, hay un elemento que podría ser la clave para sacarnos del pantano político que nos aqueja: su cuero.
Revisemos primero el problema: la falta de recambio generacional entre los cuadros polí- ticos. Esto se traduce en la ausencia de líderes jóvenes, valientes y probos –no santos–, transmisores de un pensamiento moderno para hacer lo que se debe hacer en este país desde hace 200 años.
Tal orfandad obliga al reciclaje permanente de fi guras comatosas, mañosas y/o de presunciones dinásticas con las que lo único seguro será el desbalance patrimonial de cada uno de ellos. ¿Dónde está el Justin Trudeau o la Emma Watson peruanos que nos llevarán en el 2021 a un bicentenario digno?
No están. Nadie nuevo quiere meterse en política porque está más asquerosa que nunca y porque hay défi cit de cuero de chancho entre los honorables más jóvenes. Entendiéndose por cuero de chancho el atributo sin el cual no es posible hacer de la política un oficio y mucho menos un acto de servicio público: aguantar los ataques con dignidad, y las denuncias con la verdad. Que se mueva el bote, pero que no se hunda.
Pero atención. Tener cuero de chancho no ha de confundirse con ser un chancho, distorsión propia del veterano político profesional. Cuando el marranismo trasciende la piel y se instala dentro del sistema nervioso ya no estamos hablando de un alguien con empaque, sino de un cínico. Los cínicos son peligrosos.
El cinismo político suele manifestarse a través del uso psicopático del efecto teflón, marca comercial del politetrafluoroetileno. Este polímero, en virtud de átomos de flúor, se hace inerte: no reacciona con nada. Trasladado al escenario político hablamos de amoralidad y falta de empatía. La condición que en una sarténes virtud la antiadherencia, en una persona es tragedia. Son los que no se comprometen con nada ni nadie salvo ellos mismos.
En cambio, el pellejo de chancho es abundante en colágeno, proteína que viene a ser la encarnación molecular de lo que se llama inteligencia emocional. Ceder para ganar, resistir sin quebrarse.
Por esto, jóvenes de bien presuntamente candidateables1 deberían ir incorporando desde ya a su dieta diaria el delicioso chicharrón de chancho. Ya se sabe lo que le pasa a quien no lo come.
Por último, si no fuera la política su llamado vital, hay otro atributo admirable propio de este animal que hace de su ingesta una comunión ritual: el orgasmo del chancho dura media hora.
Lo que explica por qué el puerco lleva siempre una sonrisa escondida en la cara, aun camino al matadero.
1)Esta invocación, con todo respeto y por razones epistemológicas, no incluye a Julio Guzmán ni a Fernando Olivera.