Por: Iván Arenas
Perú21, 20 de octubre del 2023
“Cajamarca hoy concentra a casi 16 de los 20 distritos más pobres; sin embargo, tiene en cartera a Conga, El Galeno, Michiquillay, La Granja o Yanacocha Sulfuros que juntos hacen más de US$18 mil millones de inversión”.
No se equivocó García Lorca al decir —en su penúltimo párrafo de “A Carmela, la peruana”— que este era un país de metal y de melancolía. Un país que tiene en los minerales, en el metal, para ser específicos en el cobre, la oportunidad para pasar del crecimiento al desarrollo. No obstante, la melancolía parece venir desde la clase política en general que no ha entendido que la minería paga el lonche.
Pero tampoco lo ha entendido un sector ideológico en especial (la izquierda posextractivista), que a base de narrativas y relatos se opone de manera tozuda al desarrollo de la minería moderna que cumple todos los estándares de clase mundial. Todo lo anterior ya lo sabemos, pero vale la pena apuntalarlo porque, valgan verdades, han ganado terreno en la batalla cultural contra la minería moderna.
Días atrás, en una entrevista, el exgobernador de Cajamarca Mesías Guevara y hoy promotor de una coalición política-electoral con miras a las presidenciales del 2026, indicaba que no era un “antiminero”, pero que buscaba “un nuevo modelo de la minería con reglas claras tanto ambientales, sociales y tributarias”. Semejantes declaraciones no reconocen que hoy la minería moderna cumple todas las reglas y normativas sociales, ambientales y tributarias, al punto que tiene que lidiar con tremendas murallas sobrerregulatorias que hacen, por ejemplo, que una revisión y autorización de Declaratoria de Impacto Ambiental (DIA) para exploración demore en 8 meses a 1 año cuando debe ser 45 días.
Un detalle que abona a la melancolía. Cajamarca, la región de la que algún día fue gobernador Guevara, hoy concentra a casi 16 de los 20 distritos más pobres; sin embargo, tiene en cartera a Conga, El Galeno, Michiquillay, La Granja o Yanacocha Sulfuros que juntos hacen más de US$18 mil millones de inversión. Allí está la melancolía. En Arequipa, casi el 40% del presupuesto de los municipios proviene de la tributación minera, que dicho sea de paso aún es competitiva según un informe pasado del FMI.
Todo indica que la clase política nacional —por entera— soslaya que el Perú ya se empantanó en la llamada trampa de ingresos medios y que solo saldrá de allí si hay una nueva ola reformadora y promotora de inversiones privadas que permita engancharnos por completo a la cuarta revolución industrial, más verde y más sostenible. Se estima, por ejemplo, que el mundo necesitará más de 50 millones de toneladas de cobre en los próximos años.
El Perú es un país de metales, pero inmovilizado en la melancolía por la clase política entera y cierto sector ideológico que demoniza la minería moderna, con un aparato estatal que, a remolino de promesas (como la instalación de una ventanilla única minera), aún no constituye una metodología única para gestionar los “conflictos socioambientales” (como se les suele llamar). Mientras tanto la minería ilegal, que no cumple nada, avanza sin limitaciones.