Iván Arenas
Perú21, 21 de marzo del 2025
“Si uno preguntara hoy a cualquier ciudadano si sacrificaría libertad por seguridad respondería que sí. En este escenario se necesita ‘autoridad'».
Hay un país desordenado. En realidad, si se mira bien, hay un Estado desordenado. Pedro Castillo, que era parte del desorden, era un líder que se parecía al país que lo eligió en aquel entonces: un país desordenado.
En la segunda ley de la termodinámica, la entropía siempre aumenta y siempre hay un mayor grado de desorden. En política, que es un sistema al fin y al cabo, es igual: siempre tiende al desorden.
Pero en la política, cuando el “desorden” ya deviene al caos, se trata de resolver “ordenando la casa”. Los romanos inventaron la figura del “dictador” (concepto hoy maldito). Cincinatto, el gran Cincinatto, fue un “dictador”, pero hoy la palabra se ha banalizado. Los positivistas —hacedores de algunas repúblicas sudamericanas— pedían orden y progreso.
De tal manera que hay un país desordenado, con varios “desórdenes”. La regionalización, por ejemplo, es un desorden “inventado” por los demócratas que llegaron luego del autoritarismo albertista. Miren lo que sucede entre Ica y Huancavelica que no se ponen de acuerdo para el uso eficiente y racional del agua. Entre Puno, Moquegua y Arequipa hay litigios absurdos sobre lo mismo.
Hay otro “desorden institucional”, si cabe el término. Miren, por ejemplo, el Ministerio Público ideologizado, la Junta Nacional de Justicia “politizada” o los más de 40 partidos inscritos bajo la reforma electoral vizcarrista.
El otro “desorden” es el incumplimiento de la ley. La inseguridad y la criminalidad se han desbordado y sin solución aparente. Literalmente, en este país te puede caer un balazo en la calle. Los contractualistas dirían que se ha “roto” el contrato social entre el Estado y sus ciudadanos.
El desorden “territorial” también es un problema. La minería ilegal, por ejemplo, que invade concesiones ajenas y contamina, ha devenido en una alianza con organizaciones criminales, políticos y funcionarios corruptos que pone en jaque allí donde se desarrolla.
El desorden “político” es ahora más evidente. No se puede explicar el Perú político de hoy sin la guerra de religiones entre “antis” (que trajo a Vizcarra y a Castillo).
Así, tenemos un país altamente desordenado. Si uno preguntara hoy a cualquier ciudadano si sacrificaría libertad por seguridad respondería que sí. En este escenario se necesita “autoridad”. ¿Qué quiero decir con todo lo anterior? Que existen —como dirían los viejos marxistas (no los zurdos posmodernos, ojo)— las condiciones objetivas y subjetivas para la llegada de un caudillo, de un “César democrático” que se ampare en las demandas urgentes en nombre de una mayoría ciudadana. Laureano Vallenilla, venezolano además, decía que eso llamado “pueblo” siempre construye su caudillo, su “auctoritas” llegado el caos. ¿Quién será ese caudillo? Allí el detalle, como diría Cantinflas.