Iván Alonso
El Comercio, 11 de abril del 2025
“Desde hace más de una década muchas compañías han abrazado la economía verde y otras causas nobles, pensando en hacer más sostenibles sus negocios, un objetivo eminentemente razonable”.
En su edición del último fin de semana traía el “Wall Street Journal” la noticia de la renuncia de Helge Lund, un ejecutivo noruego, a la presidencia del directorio de BP, antiguamente conocida como British Petroleum y ahora extraoficialmente autodenominada “beyond petroleum” (“más allá del petróleo”). Beyond no more. Lund lideró la incursión de BP en la economía verde, incluyendo plantas eólicas y solares y, por supuesto, estaciones de recarga para vehículos eléctricos. Su salida se produce luego de una contraofensiva de algunos inversionistas que quieren aumentar la producción de petróleo y gas para levantar el precio de la acción, que se ha quedado atrás con respecto a las de otras compañías energéticas (por no decir petroleras) como Shell, Exxon Mobil y Chevron.
Desde hace más de una década muchas compañías y particularmente aquellas lideradas por los ejecutivos más mediáticos, como Paul Polman, que estuvo a la cabeza de Unilever durante 10 años, han abrazado la economía verde y otras causas nobles, pensando en hacer más sostenibles sus negocios, un objetivo eminentemente razonable, no solamente para el planeta, sino también para sus accionistas. La persecución de esas causas, sin embargo, las ha obligado muchas veces a incurrir en costos más altos; pero han mantenido la esperanza de que, a largo plazo, los costos pudieran reducirse, como ha ocurrido con las centrales eólicas y solares, o que el público apreciara las virtudes de los nuevos productos y estuviera dispuesto a pagar más por ellos, lo cual hasta ahora no ocurre en una escala suficiente en el caso de los autos eléctricos, o que, si la respuesta era “ninguna de las anteriores”, sus accionistas toleraran rentabilidades más bajas en aras de un bien superior.
Tarde o temprano, todas tendrán que pasar por esa prueba. El capital de la compañía tiene que ser periódicamente repuesto, sea a través de la reinversión de sus utilidades o de la emisión de nuevas acciones, porque la maquinaria se deprecia y la tecnología cambia. En cualquier momento los accionistas pueden presionar para que las utilidades se distribuyan, en lugar de continuar financiando una estrategia que no rinde lo que ellos esperan. Otros inversionistas pueden abstenerse de comprar las nuevas acciones que la compañía intente emitir. Hasta los “bonos verdes”, otra fuente de capital motivada específicamente por la sostenibilidad ambiental, tienen un límite. Como en todo, hay un “trade-off”, una disyuntiva, entre los buenos propósitos y la realidad económica.