Por: Iván Alonso
El Comercio, 21 de febrero de 2020
La reducción de los índices de pobreza y pobreza extrema son la mejor demostración del éxito de las reformas de libre mercado que el Perú adoptó hace más de 20 años. Tan solo en los últimos diez años la pobreza ha bajado del 33% al 20% de la población total; y la pobreza extrema, del 10% a menos del 3%. Cierto que con notorias diferencias entre costa, sierra y selva y entre zonas urbanas y rurales, pero la tendencia es general, sostenida e irrefutable. No la ven solamente los que no la quieren ver.
Estos son indicadores de lo que se conoce como pobreza monetaria, es decir, cuántas personas viven con un ingreso inferior al límite que separa a los que son pobres (o extremadamente pobres) de los que no lo son. Hay, sin embargo, otro concepto de pobreza, la pobreza multidimensional, que mide carencias específicas: la falta de acceso a un hospital, por ejemplo, o el tipo de material utilizado para el piso de la casa. Este concepto de pobreza da una idea más clara de las condiciones de vida de la población, según sus partidarios, y una visión más sombría del progreso que hemos hecho hasta ahora. Entre esos partidarios debemos contar al Gobierno, que ha decidido adoptarlo como medida oficial de la pobreza.
La diferencia entre ambos conceptos puede resumirse de la siguiente manera: la pobreza monetaria se fija en la creación de riqueza; la pobreza multidimensional, en los usos de la riqueza. Ninguno de los dos conceptos es inexpugnable. Los indicadores que determinan cuándo alguien deja de ser pobre son subjetivos (pero no por eso inválidos), pues dependen de los creadores del índice. La lista de carencias por las que se clasifica a una familia como pobre también es una decisión subjetiva. Cambia la lista y cambia el resultado.