Por: Iván Alonso
El Comercio, 19 de Mayo del 2023
“Las reglas fiscales y la independencia de los bancos centrales en las principales economías del mundo son parte de su legado”.
La crisis financiera internacional que comenzó en el 2008 revivió las ideas de John Maynard Keynes, el famoso economista británico que recomendaba un aumento del gasto público para sacar a la economía mundial de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. El keynesianismo, sin embargo, no murió porque hubiera triunfado. Al contrario: no solo no terminó inmediatamente, como prometía, con la Gran Depresión, sino que dejó una estela de irresponsabilidad fiscal y monetaria que desembocó en la “estanflación” (estancamiento con inflación) de los años 70.
Robert Lucas, quien acaba de morir a la edad de 85 años en Chicago, la Ciudad Luz de la economía, fue una de las figuras descollantes que nos dio una comprensión distinta del funcionamiento de la economía y de la efectividad de las políticas macroeconómicas. Si el gobierno gastaba más, alguien tenía que gastar menos, porque los recursos de un país no son ilimitados. Alguien, de hecho, va a gastar menos en el futuro si ponemos a los desempleados de hoy a producir cosas de escaso valor para el resto de la sociedad. Hay en las crisis económicas una razón más profunda, que obedece a decisiones individuales y que al gobierno –a cualquier gobierno– le es muy difícil modificar.
Algunas de esas decisiones –aceptar o no un trabajo al sueldo que se ofrece, por ejemplo– dependen de las expectativas de la gente sobre el curso futuro de la economía. ¿Subirán los sueldos si uno espera? ¿Habrá otras ofertas similares o, tal vez, mejores? Una cuestión crítica, en consecuencia, es cómo se forman esas expectativas. Lucas fue el abanderado de las “expectativas racionales”, un enfoque que se suele desdeñar como producto de la fantasía, pero que no es más que un esfuerzo por desarrollar de manera coherente las ramificaciones de la política gubernamental. ¿Cómo reaccionaría una persona racional, con pleno conocimiento del funcionamiento de la economía, si el gobierno aumentara el gasto público o expandiera el crédito? ¿Podemos esperar resultados muy distintos en este mundo poblado por gente no tan racional ni, mucho menos, omnisciente?
Lucas saltó a la fama en 1976 con una crítica del uso de modelos econométricos (grandes grupos de ecuaciones calculadas con métodos estadísticos) para proyectar los resultados de las políticas gubernamentales. Los economistas usaban alegremente sus modelos para predecir lo que iba a pasar con la producción, con el empleo, con la inflación cuando el gobierno hiciera una reforma. Y con frecuencia patinaban porque no se daban cuenta de que la reforma podía alterar la forma como la gente entendía la economía. Su reacción, por lo tanto, podía ser muy distinta a la que esperaban las autoridades.
La crítica de Lucas dirigió la atención de los economistas hacia el “cambio de régimen” como la manera más certera de resolver los problemas crónicos de la macroeconomía, como la inflación: convencer a la gente de que el gobierno no incurrirá en déficits fiscales; amarrarle a este las manos, si es necesario, para que no se financie imprimiendo más billetes. Las reglas fiscales y la independencia de los bancos centrales en las principales economías del mundo son parte de su legado.