Ismael Benavides
Expreso, 8 de noviembre del 2024
El agua es la vida, tanto para la humanidad como la agricultura que nos alimenta; necesidad que sentimos con mayor intensidad en el Perú asentados sobre una costa desértica que alberga casi el 60% de la población y la mayoría de la actividad agrícola y productiva. Para la izquierda el agua es un derecho, pero Haya de la Torre decía “el agua es para quien la trabaja,” en contraposición al dictador Velasco Alvarado que decía “la tierra es para quien la trabaja”, con mucha razón pues sin agua la tierra no vale nada. Lamentablemente en el Perú la sucesión de gobiernos de izquierda en la última década poco o nada han hecho para dotar de más agua a las ciudades y el agro peruano, paralizando Majes 2, pretendiendo paralizar el afianzamiento del río Ica, Marca 2 para Lima, y demorando la instalación de plantas desaladoras de agua de mar por ridículos temas ambientales.
Desde tiempos inmemoriales el hombre construyó represas y canales para almacenar y transportar agua para sus poblaciones y cultivos. En el incanato se construyeron centenares de kilómetros de acueductos, entre ellos la Achirana en Ica construida por el Inca Pachacútec. Los romanos construyeron más de 70 represas, la mayoría en la árida península Ibérica, algunas de las cuales aún operan. Hoy España tiene 1,200 represas, 600 de las cuales construyó Franco, que le ha permitido convertirse en el principal abastecedor de frutas y verduras a Europa. Lamentablemente el gobierno socialista de Pedro Sánchez destruyó más de 100 en el último año por el prurito ambientalista de que los ríos corran su curso naturalmente, sin obstáculos, lo que ha devenido en los terribles daños que hemos visto recientemente en Valencia. Lo que no quieren entender los ambientalistas es que a la naturaleza se le puede domar y poner a buen uso de la humanidad con represas y canales para asegurarnos el agua, como se ha hecho por siglos.
En el Perú tenemos apenas 200 represas, la mayoría de ellas muy pequeñas, muy insuficientes para un país de nuestro tamaño y con una costa desértica y abundante agua en la Amazonía. Nuestras ciudades costeras demandan cada vez más agua y no es posible que una ciudad como Lima haya más de 2 millones de personas sin agua. Presidentes visionarios como Augusto B. Leguía vieron esta necesidad y contrató al ingeniero Charles Sutton que hizo el primer plan de irrigaciones de la costa que tiene vigencia hasta ahora, Fernando Belaunde hizo Tinajones, Gallito Ciego, e inició Majes y Chavimochic, que después fueron continuados por Alan García que culminó Olmos e inició Alto Piura. Todas estas irrigaciones sirvieron para afianzar la dotación de agua a pequeños agricultores en los valles y ampliar la frontera agrícola a las zonas desérticas donde se ha desarrollado la agroexportación creando más de 1millon de empleos formales con miles de millones de dólares de inversión y exportaciones.
Los ríos de la costa peruana descargan al mar, en promedio, el 80% de su caudal anualmente. Podríamos almacenar buena parte de esa agua en represas para las épocas de estiaje y así asegurar el agua para tener una agricultura más productiva y más agua potable para las sedientas ciudades costeras. Sin embargo, hoy vemos que poco o nada se hace para asegurar el agua. El norte, desde La Libertad hasta Tumbes se debaten en una sequía no vista en décadas, con represas que han perdido la mitad o más de su capacidad por falta de mantenimiento por gobiernos irresponsables que nada han hecho para descolmatar o ampliar la capacidad de las presas poniendo en peligro la agricultura y el agua potable de las ciudades y pueblos en esa zona. Urge acción para resolver estos problemas con un plan de agua para las poblaciones que contemple desalación de agua de mar y reúso de aguas servidas, y salvar la agricultura, implementando un plan nacional de irrigaciones que nos permita de una vez por todas “Teñir de verde el Arenal” como decía Belaunde, y darle a nuestras poblaciones el agua que demanda.