Por: Ian Vásquez
El Comercio, 6 de Junio del 2023
“Hoy, nuevas tecnologías posibilitan la colaboración entre los individuos para dar soluciones a problemas ecológicos”.
Pasado mañana es el Día Mundial de los Océanos. Ayer fue el Día Mundial del Medio Ambiente, lo que es diferente al Día de la Tierra, que se dio en abril. Todavía nos quedan días mundiales para la biodiversidad, el reciclaje, la reducción del uso de bolsas plásticas y mucho más en el resto del 2023.
Con tantas fechas que pretenden crear conciencia y acción, se le puede disculpar al lector por no estar al tanto de ellas. Se suele pensar, además, que los complejos problemas ecológicos requieren de soluciones nacionales y acuerdos y burocracias internacionales. ¿Para qué tomar acción propia, si lo que puede hacer el individuo para ofrecer remedios es muy limitado?
Lo que sí ha capturado la imaginación del público es la visión apocalíptica de cierto sector del movimiento medioambientalista que literalmente declara que se nos viene el fin del mundo si no se impone una reorganización detallada y profunda de la sociedad moderna. Pero tal extremismo solo logra dificultar el debate al no admitir que distintos puntos de vista puedan ser legítimos.
Es hora de pensar en chico. Ese es el título de un libro nuevo de Todd Myers (“Time to think small”) que destaca las crecientes oportunidades de usar nuevas tecnologías para trasladar el poder de los políticos hacia los individuos a la hora de cuidar el medio ambiente. El mundo ha cambiado desde que surgió el movimiento moderno medioambiental en los años setenta, cuando las soluciones pasaban por el intervencionismo estatal.
Nadie menos que el primer director de la Agencia de Protección Ambiental en Estados Unidos, William Ruckelshaus, lo reconoció hace más de diez años. Según él, “las soluciones de ayer funcionaron bien para los problemas de ayer, pero las soluciones que creamos en los setenta probablemente no harían mucha diferencia para los problemas ambientales que enfrentamos hoy”.
Hoy, nuevas tecnologías posibilitan la colaboración entre los individuos para dar soluciones a problemas ecológicos. Myers ofrece un sinnúmero de ejemplos. En Centroamérica, el tráfico ilegal de huevos de tortugas en peligro de extinción se ha disminuido por el uso de rastreadores que se colocan en huevos producidos por impresoras 3D y puestos junto con los huevos verdaderos que cuidan las tortugas. Así, los rastreadores ayudan a identificar a los traficantes y sus redes.
Millones de toneladas métricas de plástico se tiran al mar cada año, pero la ONG Plastic Bank está reduciendo esa contaminación en diversos países pobres pagándole a la gente a través de un sistema de teléfonos celulares por recaudar plástico del ambiente antes de que llegue al mar. Plastic Bank ha prevenido, así, que mil millones de botellas de plástico lleguen a los océanos.
Myers documenta cómo, en vez de usar autos propios, los vehículos compartidos en demanda a través de una aplicación reducen significativamente la emisión de dióxido de carbono. Aplicaciones como iNaturalist y eBird permiten al usuario identificar plantas y animales en la naturaleza y crear enormes bases de datos para la investigación académica.
En Estados Unidos, la ONG The Nature Conservancy usó la data migratoria de aves de eBird para ofrecer pagos a individuos que creen refugios en su propiedad privada y así proteger las aves. El incentivo creado es exactamente lo contrario a lo creado por la ley federal que protege especies en peligro de extinción. Bajo la ley, si se encuentra tal especie en su propiedad, el gobierno le prohíbe usar su terreno como desee y así reduce su valor. The Nature Conservancy ha convertido un pasivo en un activo, conforme cuida el ambiente.
El libro de Myers demuestra cómo la innovación y la tecnología están democratizando el cuidado del medio ambiente de una manera cada vez más eficaz.