Por: Hugo Palma
En breve, el Gabinete Ministerial se presentará ante el Congreso para solicitar el voto de confianza a su Programa de Gobierno. No es una formalidad. De no serle otorgada, el Presidente deberá designar otro gabinete. Exploramos acá una cuestión clave: la palabra “confianza”.
En las circunstancias, de no ser un drama la investidura sería un mal sainete, pésima comedia y vodevil de quinta. En la sesión, pedirá confianza un gobierno que no la merece y le será otorgada por un Congreso que no le tiene ninguna. Se pedirá con el propósito de que no sea otorgada, apenas un paso para repetir la farsa y cerrar el Congreso. Y se concederá, exclusivamente para evitar que ello ocurra. La confianza no tendrá nada que hacer con el macarrónico debate con que se nos torturará de parte y parte. Será claramente visible su total ausencia, pues es obvio que no existe ninguna entre gobierno y congreso; como tampoco entre políticos y, peor aún, de la ciudadanía con la casi totalidad de los “políticos”.
Entonces ¿De qué estamos hablando? Hay numerosas definiciones del término “confianza” y la mayoría de las personas tienen una clara idea de en qué y en quienes pueden confiar y en qué y quienes no y las razones para ello.
El concepto se refiere, en general, a la firme creencia sobre la verdad de algo determinado, la realidad de un hecho y a que las personas cumplirán sus compromisos o actuarán de la manera que se espera de ellas. La confianza es producto de la credibilidad y la previsibilidad. Estos elementos requieren de la repetición de conductas consecuentes por todo el tiempo que sea necesario para formar o modificar percepciones. De éstas, a su vez, dependen las actitudes y las actuaciones.
En la credibilidad, interesan dos elementos. Un aspecto subjetivo se refiere a la manera de percibir, fuertemente condicionada por experiencias personales e históricas, que hace parte de la identidad individual y tiene tal significación que es bastante difícil cambiarla. Otro elemento, objetivo, concierne hechos comprobables o verificables que confirman o desmienten la percepción.
La existencia o no de confianza es esencial en todos los ámbitos: personales, sociales, funcionales, institucionales, económicos y obviamente también en los políticos. Sin ella, la convivencia humana se llena de sospecha y todo se hace más difícil para las personas y las sociedades. Y por ello es constantemente solicitada. Sin embargo, como lo sabe cualquier cliente de banco, la confianza no se reclama ni se obtiene si el pedido no está acompañado de razones válidas para confiar. Aun así, confianza no es certeza sino una expectativa sobre la conducta futura del otro, que puede ser frustrada por las circunstancias o traicionada por los actores.
Y en materia política, la confianza no puede ser producto de los ofrecimientos electoreros que los elegidos olvidan el momento mismo en que son confirmados. Alguno hasta la calificó de “ingenuidad”. Por ello, la sesión de investidura para algunos será hacer “como que pido confianza” y para otros “como que la otorgo”. De ella no saldrá ninguna confianza porque los que la pedirán no muestran ninguna razón para confiar; y los que la otorgarán no la tienen para apoyar nada del programa que ofrecen aceptar.
Es lamentable que no haya un registro minucioso de la actuación de los políticos, como los tienen los bancos de las de sus clientes. De haberlo, sería más difícil que se olviden sus actuaciones; olvido con el que cuenta la mayoría de ellos para hacer lo que mejor saben: obtener lo que les aprovecha en influencia, poder, dinero y hasta impunidad. Por ello, lo seguirán haciendo en perjuicio de todos los ciudadanos, mientras los bancos seguirán teniendo claro a quienes pueden y a quienes no prestarles dinero.
¿Y la confianza? No la tendrá nuestro país mientras no se cambie un sistema político que ha traído a más de 30 millones de peruanos la zozobra que vivimos. No podemos confiar en “políticos“ que en cada elección nos piden confianza, sin importarles que esta es sinónimo de respeto y prestigio y que, más importante aún, no se reclama sino se gana y se disfruta.