Héctor López Martínez
Historiador
Para Lampadia
En todos los tiempos y países la salud de los gobernantes, tanto física como emocional, merece la total atención de la ciudadanía y el escrutinio atento de los medios de comunicación. Obviamente, nos referimos a los países donde imperan la democracia y la transparencia, no a las dictaduras donde todo se convierte en secreto de Estado.
Hace pocos meses algunos detalles propios de su avanzada edad le costaron retirar su candidatura a Joe Biden. Mucho se habla también sobre los estados anímicos de Trump y de Milei, entre otros mandatarios.
En 2010 apareció en español el libro “En el poder y en la enfermedad”, cuyo autor es el neurólogo y político británico David Owen. Con ambos conocimientos ha podido escribir un trabajo interesantísimo, incluso apasionante, que permite conocer las patologías emocionales que afectaron a personajes históricos como Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt, Benito Mussolini, Adolfo Hitler, José Stalin y muchos más, así como de otros personajes más cercanos en el tiempo.
Owen, con sus conocimientos médicos y humanistas, nos explica qué cosa es la “hybris”, la embriaguez de poder que ya fue descrita, con más o menos detalle, hace miles de años en algunas tragedias griegas. El ejemplo clásico es Edipo, autocrático, soberbio, que no es capaz de ver lo que todos tienen por evidente, sino que para él solo existe lo que le resulta grato. Obviamente, los personajes capturados por la “hybris” se aíslan en compañía de una camarilla obsecuente, servil, con mucha experiencia en el uso del incienso que es una tradición que deviene entre nosotros desde tiempos virreinales. Si en el salón palaciego se escuchan voces tumultuosas de protesta, la camarilla, con la mejor de sus sonrisas, le comenta algobernante que es el pueblo que aplaude enfervorizado y él se lo cree.
En nuestra historia republicana podemos identificar gobernantes con algo de “hybris”, pero que al mismo tiempo, en mayor o menor medida, recibieron calor popular, el cual les producía supremo deleite.
No olvidemos que el siglo XIX fue una etapa donde los periódicos comenzaron a tener una gran importancia en política y los gobernantes procuraban la cercanía de quienes eran dueños de esos medios y de las mejores plumas que en ellos escribían.
La señora Dina Ercilia Boluarte Zegarra, presidente de la República, muy tempranamente cortó todos los cables que pudieran unirla con los medios de comunicación de la más variada clase a los cuales, además, culpa con frases duras no hacer públicos sus supuestos aciertos y, por lo contrario, cargar las tintas cuando se trata de sus muy numerosos y visibles errores que se van sucediendo uno detrás de otro.
La señora presidente es autoritaria, basta ver el lenguaje gestual y oral que adopta en sus discursos, que siempre son arengas. Según los especialistas lo autoritario siempre va acompañado con lo narcisista.
Público y notorio es que la señora presidente cuida mucho su aspecto físico. La señora presidente no cree absolutamente en el resultado de las encuestas, que le dan cifras pequeñísimas de aprobación y, sin tener ningún fundamento o prueba, las tilda de venales y públicamente dice que, si fuera económicamente generosa con las encuestadoras, otras serían las cifras que se conocerían.
Siempre dentro de la comparación histórica, la señora presidente ha tenido valido o ministro con omnímodo poder, como en la época decadente de los Austrias.
Tal fue el caso del doctor Otárola, a quien hace poco tiempo en un discurso volvió a fulminar verbalmente y con un gesto despectivo que queda para el recuerdo y puede verse las veces que se quiera en los archivos de televisión.
Precisamente este medio es el que permitiría a los especialistas avanzar un diagnóstico en torno a la salud emocional de la señora Boluarte.
Por otra parte, volviendo a la analogía histórica, su entorno es muy parecido a la camarilla del monarca hispano Fernando VII. Quienes la integran buscan ser el nuevo valido, como gallardos caballeros siempre están lanza en ristre para defenderla a todo trance. Ya hay alguno que ha recibido de sus labios un remoquete o sobrenombre con el que sin duda pasará a la historia: el “ministro valiente”. El tiempo nos dirá cómo avanza la Rueda de la Fortuna que muchas veces nos recuerda que el aúlico de hoy, mañana puede ser un desconocido más que ya no tendrá coche oficial, liebre y otros signos tan propios del fugaz poder.
Lampadia