Regresé después de algunos años a la capital de Estados Unidos y fue una buena oportunidad para auscultar de cerca la situación de su economía y mercado laboral. ¿Encontré una crisis generalizada en Washington? En realidad, no: pude observar numerosas obras de construcción de nuevos departamentos, remodelaciones de edificios clásicos y trabajos de mantenimiento de grandes monumentos (el contraste con una Europa casi paralizada fue bastante fuerte).
Las estadísticas muestran que la cantidad de turistas que visitan los atractivos históricos y culturales de la ciudad –alrededor de 18 millones anuales– se ha estado incrementando (había chinos “como cancha” que, en la práctica, han reemplazado a las masas de turistas europeos y japoneses que se solían ver décadas atrás).
Uno de mis termómetros fue que no divisé muchos “homeless” (vagabundos sin hogar) en las estaciones del metro, como en otros tiempos difíciles. De hecho, la tasa de desempleo del área metropolitana de Washington está actualmente en 6%, cerca de su nivel de largo plazo y por debajo del promedio nacional de 7,4%.
¿Por qué no se ha notado con fuerza la mayor crisis estadounidense de la posguerra en su capital?
Mis colegas allá indican que la ciudad fue rápida beneficiaria de las políticas federales ultraexpansivas de los últimos años. Más bien, los recortes automáticos de gastos que se vienen en el denominado “secuestro fiscal” sí podrían afectar los servicios públicos en los próximos trimestres.
Haber echado mano excesivamente de estos instrumentos contracíclicos habría sido la única opción en el 2008-2009, pero su exageración puede haber generado una burbuja de complacencia, que ha olvidado atender factores críticos para la productividad estadounidenses, como son: la heterogénea calidad de su educación y capacitación laboral, la excesiva carga de los costos de salud, la desaceleración en el ritmo de innovación y reconversión industrial, la pesada regulación estatal, entre otros.
Por ejemplo, el “Washington Post” (que hoy luce mucho menos atractivo que sus versiones digitales y que ojalá Jeff Bezos pueda relanzar), reseñaba la semana pasada el caso de Detroit, ciudad símbolo de la industria automovilística estadounidense, que se ha declarado en quiebra hace poco. A diferencia de otras ciudades como Pittsburg o Los Ángeles, no ha podido relanzarse con otros sectores competitivos, y tiene ahora la mitad de la fuerza laboral que hace tres décadas y un desempleo de dos dígitos.
Otro elemento aleccionador: visité un grandioso museo postal, pero por más esfuerzos en automatización realizados, la empresa pública de correos perdió US$16 mil millones el año pasado.
Es evidente que en un mundo de correos electrónicos generalizados a costo cero, las cartas físicas y estampillas solo son piezas de colección para museos, y no se puede seguir sosteniendo una industria de manera artificial.
En conclusión, la lenta recuperación estadounidense está en marcha, pero su ritmo no es suficiente para muchas ciudades, estados y actividades postrados en crisis estructurales por décadas.
El mundo necesita de un Estados Unidos que crezca vigorosamente, pues aún es la economía más grande del planeta y los países emergentes andamos desacelerándonos, pero parece que los políticos de Washington y sus entrampamientos, también allí, detienen un progreso mayor.
Publicado por El Comercio, 21 de agosto del 2013